—Hace un rato, en la clase, cuando el profesor Alonso estaba dando esa charla, te miré de reojo. ¿Adivinas qué vi en tus ojos?Soraya se detuvo un segundo.—¿Lagañas?Zulma quedó sin palabras. A veces de verdad le daban ganas de darle un zape a Soraya.—¡No, no, no! Era admiración. Lo mirabas como si fuera lo mejor que existe en el mundo.Soraya se quedó helada.Zulma se le acercó con cara de chisme y preguntó con voz traviesa:—¿Te gusta el profesor Alonso?Ella solo estaba tanteando, ya se imaginaba a Soraya poniéndose roja al instante, empujándola y diciéndole que no hablara tonterías.Pero, para su sorpresa, Soraya guardó silencio unos segundos y murmuró:—Que me guste es lo más fácil del mundo.Los estudiantes lo admiraban porque era profesor y, además, guapo. Pero más allá de eso, mientras Soraya iba conociendo poco a poco a Ezequiel, se daba cuenta de que tenía demasiadas virtudes: era culto, respetaba a las mujeres, tenía un carácter estable, era comprensivo… y la trataba mejor
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