El Mercedes estaba estacionado con discreción en la esquina. Cuando Ezequiel la vio llegar, abrió la puerta y bajó del auto. De pie, bajo la luz de la calle, su figura parecía bañada en resplandor; el perfil de su cara se marcaba con líneas definidas.El corazón de Soraya empezó a latir con fuerza y, sin darse cuenta, aceleró el paso.Al quedar frente a él, alzó la vista y su voz se escuchó suave, casi mimada:—Profesor…Los ojos de la muchacha brillaban bajo la luz, como estrellas en la noche. Entonces, él, con una leve sonrisa, dijo:—Sube al auto.Ambos entraron. Ezequiel se abrochó el cinturón y, como si recordara algo, preguntó:—¿Tienes hambre?—No… —Apenas iba a responder, cuando su estómago gruñó en el ambiente silencioso.Ella se quedó sin palabras. “¡Estómago traidor, por favor, un poquito de dignidad!”, pensó.Su cara se puso roja al instante y lanzó una mirada furtiva a Ezequiel.Él sonreía y preguntó:—¿Qué quieres comer?Soraya recordó que, antes de salir, Juliana le habí
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