Nadie sabía qué le habían dicho al otro lado de la línea, pero la voz de Ezequiel fue serena.—Una tontería, solo le di su merecido a un desgraciado por acosar a mi esposa.Soraya lo miraba, pasmada por su manera de manejar las cosas.***En la comisaría, Alejandro, con la cara hinchada y llena de moretones, señalaba con furia al imperturbable Ezequiel.—¡Él me golpeó! ¡No aceptó la conciliación de la policía! ¡Apenas salimos, me atacó! ¡Mírenme cómo me dejó!La fachada de “muchacho tímido y honesto” había desaparecido: Alejandro mostraba su verdadera cara.Soraya se puso nerviosa. Ella tenía la razón, pero que Ezequiel hubiera sido el primero en usar los puños, hacía que las cosas se volvieran en su contra.Apurada, trató de defenderlo.—No, no fue así, él…Pero Ezequiel la tomó suavemente del brazo y la hizo sentar en un banco a un lado. Ella, desconcertada, lo miró alzando los ojos. Ezequiel, con total calma, le revolvió el cabello y dijo:—Has estado de pie todo el día, siéntate y
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