Ana Sofía se cambió en la habitación, alisó el cabello frente al espejo y, ya impecable, bajó con paso sereno.Antes de llegar a la cocina, el aroma la envolvió: vapor de arroz tierno mezclado con el perfume salado de los guisos; un olor denso, hogareño, que se quedaba en el aire.Al entrar, la ama de llaves, doña Marta, giró de inmediato. Su rostro, normalmente circunspecto, se abrió en una sonrisa obsequiosa.—Señora, ya despertó. El señor indicó que le preparara el desayuno. También pidió que, al terminar, fuera directo a la oficina.Ana Sofía arqueó una ceja, sorprendida por el entusiasmo. Doña Marta venía de la casa grande de los Ortega y solía centrar la lealtad en la madre de Elías, Catalina Ortega; con Ana Sofía, jamás había sido antipática, pero tampoco cálida. Hoy parecía otra.“Seguro Elías le dijo algo.”Se sentó en el comedor. Sobre la mesa humeaba un tazón de crema espesa de maíz; se veía sedosa, con el grano bien deshecho y brillos de calor ascendiendo en hilos. Llevó la
Read more