“Listo, Valentina, te metiste en un lío”, pensó, y buscó a Ana Sofía con una mirada de auxilio.Ana Sofía le devolvió una mirada tranquila y le dio una palmadita en el hombro, pidiéndole con el gesto que no se preocupara. En su recuerdo, el señor Cervantes era duro trabajando, sí, pero en corto solía ser accesible; no iba a explotar por una nimiedad.Dos minutos después, sonaron unos nudillos en la puerta. Ana Sofía respiró hondo, fue a abrir y giró la perilla.Fernando estaba en el umbral con ropa de casa, sencilla y bien cortada. El cabello, sin mayor arreglo, le daba un aire más relajado que en la oficina. Llevaba una sonrisa leve, muy distinta de su gesto frío de trabajo.—Disculpen la molestia, señoritas —su voz, cálida y grave, tenía algo que tranquilizaba.Valentina lo vio y se quedó clavada: ojo redondo, alerta total. La inquietud por su metida de pata se le evaporó al instante, arrasada por la impresión. Se le llenó la cabeza de burbujitas rosas. Aquel rostro parecía tallado:
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