En una esquina del centro, había un pequeño restaurante.Junto a la ventana, Laura ya los estaba esperando, con el celular en mano y una taza de café humendo.Entonces la vieja amiga resultó ser nada menos que Laura, la mujer millonaria, dueña de decenas de propiedades y varios edificios.—¡Ay, Isabella, mucha! —exclamó Laura al verla. —¡Siempre llegando tarde! Ya ni me extraña.Y sin dejarle tiempo a responder, giró hacia Eduardo con una gran sonrisa.—Siéntate, chico, ponte cómodo.Le hizo una seña al mesero para que trajera los platos.—La culpa fue mía —dijo Eduardo, rascándose la cabeza, algo incómodo. —Acabo de estrenar auto y aún manejo con mucha precaución.Laura levantó una ceja, divertida.—Ah, mira qué bien. Isabella recién se divorcia... y ya llega con chofer nuevo. ¡Vaya que estás subiendo de nivel, eh, muchacho!Eduardo se puso rojo.—No digas eso...—Tranquilo, está bromeando —intervino Isabella, sonriendo—. Pero bueno, yendo al grano: te traje porque Laura necesita un f
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