Ver a Gerardo arrastrarse como un lambiscón le daba a Eduardo un gusto agridulce. Por fuera, disfrutaba, pero por dentro, le daba asco.—A ver, ni que fuéramos compadres, ¿verdad? —dijo con calma, pero con un tono cortante—. No hace falta que almorcemos juntos. En el trabajo seguiremos cruzándonos, así que no te me pongas melancólico. Lo único que tienes que hacer es terminar el traspaso cuanto antes.A Eduardo siempre le habían dado náuseas los tipos que cambiaban de actitud según les convenía.Y Gerardo, en ese instante, era la viva imagen de esa gente.Gerardo se tragó el golpe y su gesto se le puso duro.Pero de inmediato, sus ojos brillaron con una idea.—¡Ajá, permíteme un momento! —dijo, haciendo como que atendía una llamada. —Sí, sí, claro que sí… entendido, queda perfecto...Se pegó el celular a la oreja y, tapando la bocina con la mano, masculló: —Dame chance un minuto, Eduardo, es algo importantísimo.Acto seguido, salió de la oficina de un portazo. Al cruzar junto a la muj
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