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Tras 1099 días en la oscuridad

Tras 1099 días en la oscuridad

En el tercer año de su matrimonio, Nadia Soto se enteró de una verdad cruel por accidente: su ceguera no se debía al accidente automovilístico, sino a su propio esposo, Carlos Pérez, quien le había arrebatado las córneas para trasplantárselas a su "amor de juventud". Además, se había casado con ella solo para proteger la felicidad de su primer amor. Ella finalmente notó que su orgulloso matrimonio no era más que una elaborada mentira… Con el corazón destrozado, decidió irse de él con determinación. Dos semanas después, desapareció sin previo aviso, dejándole a Carlos solo los papeles del divorcio y un embrión sin forma preservado en formol; este fue su último regalo para él. Carlos enloqueció y la buscó por todo el mundo. Cuando finalmente la encontró, se dio cuenta de que a su lado ya había otro hombre que la acompañaba. Frente a ella, le pidió perdón con los ojos llenos de lágrimas. —Nadia, lo siento… No me abandones, por favor… No obstante, Nadia, ahora una estrella en la cima del mundo del arte, no mostraba ningún rastro de emoción frente a su antiguo amor. —Carlos, ya no soy esa ciega ingenua que solo vivía por ti. Dicho esto, ella rodeó con sus brazos al hombre a su lado, quien tenía un aura elegante. —Cariño, este tipo está acosando a tu esposa. ¿No lo echas de aquí? El hombre sonrió con ternura. Se inclinó y, ante todos, le dio un suave beso en los labios. —Haré todo lo que mi mujer ordene.
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¡Qué Ironía! En Mi Boda Se Arrodilló El Que Me Traicionó

¡Qué Ironía! En Mi Boda Se Arrodilló El Que Me Traicionó

Tras ocho años de amor, Sofía pasó de ser la musa intocable de Alejandro a convertirse en un estorbo del que ansiaba librarse. Luchó durante tres años, hasta que se extinguió la última chispa de amor. Sofía finalmente claudicó y se alejó. El día de la ruptura, Alejandro soltó una risa fría. —Sofía, esperaré a que vuelvas suplicando por reconciliarte. Pero lo que aguardó… fueron las nupcias de ella. Devorado por la rabia, marcó su número. —¿Ya terminaste tu numerito? Al otro lado de la línea, una voz masculina, grave y serena, respondió: —Sr. Rivera, mi prometida se está duchando. No puede atenderle. Alejandro colgó con desdén. Creía que era solo otro ardid de Sofía para atraerlo. No fue hasta el día de la boda, al verla vestida de novia, avanzar hacia otro hombre y con el ramo entre las manos, cuando comprendió: Sofía realmente lo había abandonado. Fuera de sí, se precipitó hacia ella. —Sofía… lo admito, ¡estaba equivocado! No te cases con otro, ¿te lo ruego? Ella alzó suavemente el vuelo del vestido y pasó junto a él sin detenerse. —Sr. Rivera, ¿no decía usted que Camila y usted eran el destino perfecto? ¿Qué hace arrodillado en mi boda?
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