Miope y perdida en el juego del terror
Cuando entré en aquel juego de terror, mi miopía extrema me jugó una mala pasada.
Con la poca visibilidad que tenía, a la niña fantasma del vestido rojo la consideré como si fuera mi propia hija. Al Boss lo adopté ni más ni menos que como a mi esposo, y a esas criaturas viejas y extrañas, las traté con esmero al verlas mis propios padres.
La primera vez que me topé con el Boss, no pude evitar acercarme y darle un toquecito en los abdominales mientras le decía:
—¡Qué cuerpazo te cargas, mi vida! Lástima que estés tan chaparrito...
Él soltó una risa bastante tensa, se puso la cabeza que tenía cortada de vuelta en el cuello, y mostrándome los dientes me soltó:
—¡Mido un metro ochenta y seis! ¿Y ahora qué me dices?