Tu traición fue mi mejor venganza
Llevábamos seis años de casados, pero en los últimos tres meses, mi esposo ni siquiera me había tocado.
Decía que el trabajo lo tenía agotado, y yo, enamorada desde hace años, le creí sin dudar.
Hasta que en el día de mi cumpleaños, escuché a sus amigos hablar en alemán a sus espaldas.
—¿Ya terminaste con la otra? Antes ibas todos los días… no sé cómo aguantabas.
—¿Y tu esposa? ¿No te dice nada?
Mi esposo soltó el humo de su cigarro con indiferencia:
—Hace meses que ni la toco. Claudia es buena en la cama y aún no me aburre… Lástima que salió embarazada.
A mi esposa no le gustan los niños, así que le di dinero a Claudia para que se fuera al extranjero y lo tuviera allá.
Apreté los puños con fuerza. Las lágrimas comenzaron a caer sin permiso.
Él se acercó preocupado y preguntó qué me pasaba.
Yo negué con la cabeza, sonriendo.
—Este pastel que hiciste con tus propias manos… me emocionó mucho. Está delicioso.
El pastel sabía dulce.
Pero yo, que sí entendía alemán, solo sentía amargura en el alma.