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Detrás de las mentiras
Detrás de las mentiras
Autor: Choco Bean

Capítulo 1

Autor: Choco Bean
—Julia, mañana después de sacar el acta de divorcio me voy a quedar un tiempo en casa de Lidia. Te lo juro, en cuanto termine el programa volvemos a casarnos.

No le hice caso y seguí empacando mis cosas.

En sus ojos pasó un destello de ansiedad:

—¿Escuchaste lo que te dije?

Yo, apenas solté un frío ajá.

—¿Entonces por qué estás empacando?

—Julia, te lo prometo, esta va a ser la última vez. Nunca más voy a dejar que por ella te sientas mal, ¿sí?

Me detuve, lo miré directo a los ojos.

—Lucas, ¿tú sabes cuántas veces me has hecho sentir mal? ¿En todos estos años, me has amado alguna vez?

Él suavizó la voz, me puso las manos sobre los hombros y empezó a acariciarme.

—Te amo. Desde la primera vez que te vi hace siete años me enamoré de ti. Eso nunca ha cambiado y nunca va a cambiar. Pero Lidia está criando sola a su hijo, no es fácil para ella, solo quiero ayudarla. Cuando nos divorciamos le juré que siempre la trataría como familia.

Solté una risa amarga. Esa frase la había escuchado tantas veces, siempre igual, y aun así seguía dándole oportunidades. Pero otra vez volvía a decepcionarme.

No quise seguir la conversación.

—Encontré a mis padres biológicos —me limité a decir—. Quieren que me vaya a vivir un tiempo con ellos.

—¿Cuándo pasó eso? —preguntó, con la sorpresa evidenciándose en su rostro—. ¿Por qué no me lo contaste? ¿Cómo son ellos?

Yo crecí huérfana. Me habían dicho que me abandonaron después de un secuestro, y fue el orfanato el que me acogió.

Cuando empecé a salir con Lucas, él también trató de ayudarme a buscar a mis padres, pero nunca dimos con nada.

Hace un año, mi amigo Diego —con quien crecí en el orfanato— logró encontrarlos. Justo en ese tiempo Lucas me había dejado otra vez por Lidia, así que no tenía ni ánimo de contarle nada. Y aunque volvimos a casarnos, ya no me interesaba hablarle de eso.

Respondí con frialdad:

—No importa. Anda, acompaña a Lidia. Yo me voy sola.

De repente, su voz sonó nerviosa:

—¿Cómo que no importa? Ellos también son mis suegros. Aunque no tengan dinero, no pasa nada. Cuando nos volvamos a casar yo les compro una casa, cerca de nosotros, ¿sí?

Por dentro me reí irónicamente. Quise decirle que mis padres eran los más ricos de la ciudad y que no necesitaban sus migajas, pero ya no tenía fuerzas para gastar una palabra más con él.

Agarré mi maleta y salí por la puerta.

Él corrió detrás de mí, quería llevarme en el coche. Pero apenas se sentó al volante, le sonó el celular.

Alcancé a ver bien la pantalla, ponía Amor.

—Es solo por el programa. No lo malinterpretes —dijo, lanzándome una mirada incómoda.

—Ajá. Yo ya pedí un auto. Atiéndela, no la hagas esperar.

Me miró sorprendido:

—¿Por qué estás tan…?

Esbocé una sonrisa.

—¿Tan indiferente? Estuve siete años preocupándome, ¿y de qué sirvió?

Me subí al taxi que había pedido y me fui sin volver la cara.

Al día siguiente, a las ocho y media en punto, ya estaba en la puerta del registro civil.

Él llegó más de media hora tarde.

Y no llegó solo. Con él venía Lidia.

—Perdóname —dijo, con una expresión de disculpas—. Tú sabes que en el mundo del espectáculo es difícil para una mujer divorciada y con un hijo. Este programa es muy importante para mí y para el niño, yo…
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