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Capítulo 2

Penulis: Dalia
Asentí sin mostrar ninguna emoción.

—Está bien.

Sin esperar ninguna reacción, me di media vuelta y regresé a la habitación para empezar a empacar. Ya había decidido marcharme para siempre y no quería dejar rastro en esa casa.

Desde la sala se oían risas apagadas tras la puerta. Me quedé con las manos quietas, la ropa a medio doblar, al escuchar:

—Rosa, el niño se va a llamar Rosalía Cruz, para recordarte siempre. Así, aunque algún día le diga mamá a otra, nunca se va a olvidar de su verdadera madre.

Aunque no lo viera, me lo imaginaba con esa cara de ternura al decirlo. Y sentí que el corazón se me partía de nuevo.

Se me vino a la mente lo de hace apenas un mes: yo llegando con la maleta, con un regalo especial que había traído para Benito desde el extranjero... y al abrir la puerta de casa, verlo de la mano con Rosa, con la barriga ya bien notoria.

Benito estaba lívido del susto, mientras Rosa, con una sonrisa desafiante, me soltó:

—¿No será que te equivocaste de casa? Porque esta es mía.

Me quedé en silencio, con los ojos clavados en su vientre.

Diez meses fuera, y mi esposo había metido a su primer amor en nuestro hogar... y la había dejado embarazada.

No hacían falta más explicaciones.

Benito, nervioso, se apresuró a presentarme:

—Ella es mi esposa, Fiona.

Creí que Rosa iba a quedarse callada. Pero nada de eso: se puso como la dueña de la casa y encima me salió con la cara dura de invitarme a pasar a tomar algo.

Cuando pasé a su lado, me susurró al oído con una sonrisa venenosa, solo para mí:

—¿Tres años de casada? Siempre vas a ser la suplente. La que cuenta soy yo. Y ya ves: en cuanto volví, tuviste que apartarte.

La rabia me ardía por dentro. Toda la nostalgia de esos diez meses lejos se transformó en furia. Y, sin poder contenerme, le solté una bofetada que resonó en todo el pasillo.

Los vecinos, alertados por el ruido, llamaron a la policía.

Nos llevaron a la comisaría, pero al ser un asunto familiar no intervinieron y nos dejaron volver a casa.

Allí, mis suegros me recibieron a gritos: que había ensuciado la reputación de la familia, que qué vergüenza delante de los vecinos, que de nada servían mis estudios si al final era capaz de pegarle a alguien. Y me advirtieron que, si volvía a pasar algo así, no me lo iban a perdonar.

Entonces lo entendí: ellos siempre supieron lo de Benito y Rosa. No solo lo aceptaban, lo habían alentado desde el principio.

En menos de un año, Rosa ya se había convertido en la nuera perfecta para ellos.

Y yo... la única que había vivido engañada.

Me quedó un sabor amargo en la boca.

Benito, con los ojos enrojecidos, se acercó e intentó tomarme la mano.

—Fiona, nunca quise traicionarte. Pero Rosa... los médicos dicen que le quedan apenas seis meses de vida, y lo único que quería era ser madre. Ella me salvó en aquel accidente, no puedo dejar que se vaya con esa espina clavada.

—Pensé en hablarlo contigo, pero estabas lejos, estudiando. Tenía miedo de distraerte, de arruinar tu esfuerzo. Quería esperar a que volvieras... Si tú aceptas, podemos criar juntos a este niño.
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