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El Adiós Definitivo
El Adiós Definitivo
Author: Esteban Selvas

Capítulo 1

Author: Esteban Selvas
Mi mensaje para terminar con Victor Blackwood nunca recibió respuesta. En cambio, Queenie Stone subió un video casi al instante, en el que se veía un club privado en el que abundaban las risas y el sonido de las copas, mientras los hombres más cercanos de Víctor bromeaban con él, entre trago y trago.

—Don Blackwood, ¡Vivienne lo amó durante siete años y ahora dice que quiere dejarlo! —rio uno—. ¿Va en serio?

—Solo está buscando atención —respondió Víctor, distraído, mientras jugaba con un dado entre sus dedos—. Pensaba volver después de unas copas, pero mientras más me presione, menos la voy a consentir. No le hablaré unos días, a ver si así se tranquiliza —añadió, mientras acercaba una copa a los labios de Queenie—. Pruébalo. Lo trajeron hoy. Tiene un sabor interesante.

Ella sonrió y bebió con su ayuda, en tanto sus hombres se miraban entre sí de manera cómplice.

—De todas formas, Vivienne solo es una muchacha que recogió de la calle —dijo uno—. Mejor déjela.

—Sí, Don, todos sabemos que la señorita Stone es su favorita. Nadie puede interponerse entre ustedes —añadió otro.

—Son la pareja perfecta —remató un tercero.

Victor frunció el ceño, a punto de responder, pero Queenie se adelantó con un puchero coqueto, y le dio un golpecito en el brazo.

—No digas eso, Vic. Deberías reconciliarte con Vivienne, o van a creer que yo causé su pelea.

Él sonrió, mirando mi foto en el fondo de pantalla de su celular.

—Tranquila. Ella es fácil de contentar.

Observé el video sin cambiar la expresión, pero algo en mi interior se rompió.

Recordé el día que lo conocí; cuando aún no sabía que era el heredero de una familia mafiosa… Esa noche lluviosa, yo me había equivocado de calle, y, sin darme cuenta, había terminado en medio de una balacera. Jamás podré olvidar el ruido, los gritos, el hedor metálico de la sangre…

Una bala me rozó la oreja. Quise correr, pero mis piernas no respondieron. Fue entonces cuando apareció él: Víctor, quien rápidamente se interpuso entre mí y el fuego cruzado, cubriéndome con su cuerpo.

—No tengas miedo. Yo te protegeré —murmuró con voz grave, tomándome de la mano, al notar que yo temblaba como una hoja.

El caos empezó a desvanecerse, como si el mundo se hubiera detenido. Y, cuando quise agradecerle, ya se había marchado.

Desde esa noche no pude sacarlo de mi mente. Lo soñaba, lo dibujaba, lo deseaba…

Un mes después volví a aquel callejón, sin saber muy bien por qué, y ahí estaba él, sangrando, apoyado contra la pared.

Corrí a su lado, llorando, preguntando cómo podía ayudarlo, a lo que él respondió con una mirada y una sonrisa débil, murmurando:

—¿Por qué lloras tanto?… Escóndeme en tu casa, ¿sí?

Su mirada me atrapó por completo, y esa noche, mientras la lluvia caía frenética sobre la ciudad, me entregué a él…, convirtiéndome en su amante.

Durante un tiempo todo fue increíble, hasta que, un año atrás, mientras hacíamos el amor, pronunció otro nombre:

«Queenie.»

Mi mundo se congeló de repente.

Al día siguiente, me puso un brazalete de diamantes y, besando mis nudillos, me dijo:

—No pienses mal, Queenie es como mi hermana. Solo la extraño… Hace tiempo que no la veo.

Vi sus ojeras, su cansancio, y quise creerle, porque, después de todo, él también me cuidaba. En las noches frías metía mis manos en su abrigo para calentarlas; cuando me torcí el tobillo, me cargó por las escaleras durante semanas, y, cada mes, cuando me dolía el cuerpo, aparecía junto a mi cama con una taza de chocolate caliente.

Yo de verdad creí que sería la mujer que se quedaría a su lado para siempre.

Pero seis meses atrás, cuando Queenie regresó del extranjero, entró del brazo de Víctor, me miró de arriba abajo y sonrió con dulzura fingida.

—Vic, ¿por qué buscaste a alguien que se parece tanto a mí?

En ese momento, lo entendí todo.

A ojos de Víctor, la que no soportaba el frío, la que se torcía el tobillo era ella… Incluso, el chocolate caliente que me preparaba cada mes… era de su marca favorita.

Todo ese amor que había creído que me pertenecía, en realidad era prestado, aun cuando me había jurado:

«Vivienne, cuando acabe con mis enemigos, te daré una boda que recordará el mundo entero. Es más, ya que te gustan las fechas especiales, prometo pasar cada San Valentín contigo».

Ya no tiene enemigos, pero tampoco planes de boda… Parece que, de pronto, ha olvidado todas sus promesas. Y yo… tampoco tengo por qué recordarlas.

Porque esta vez, me iré.
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