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Capítulo 2

Author: Esteban Selvas
A medianoche, Victor todavía no había regresado y yo luchaba por conciliar el sueño, cuando oí ruidos provenientes de la cocina.

Era él. Víctor estaba allí, con las mangas de la camisa arremangada hasta los codos, mostrando sus fuertes y marcados antebrazos, mientras recalentaba, como si nada, el filete que le había preparado la noche anterior.

—Hoy voy a compensarte por el Día de San Valentín —dijo sin mirarme, mientras cortaba un trozo de bistec y se lo llevaba a la boca… tan tranquilo, sin el más mínimo gesto de desagrado, aun cuando probablemente ya no sabía a nada.

Abrí los ojos, incrédula. Victor siempre había sido sumamente quisquilloso con la comida. Jamás tocaba las sobras, y, mucho menos, carne que hubiera quedado de la noche anterior.

Pensando en esto, y sin poder salir de mi asombro, di un par de pasos hacia él, hasta encontrarme con su mirada llena de soberbia. Entonces, lo entendí todo… Ese «gesto» era su manera de hacerme creer que me estaba complaciendo, para él, bastaba con una mínima excepción para que yo lo perdonara todo. Y así había sido durante años…

Pero ya no.

Solo negué con la cabeza.

—No hace falta, Victor —repuse, negando con la cabeza, con voz fría, firme—. Ya no.

El daño ya estaba hecho. No importaba cuántos detales, cuántos regalos me diera… nada podría reparar la herida que me había causado.

Victor frunció el ceño apenas, mientras empujaba hacia mí una cajita de terciopelo.

—Este es tu regalo de San Valentín. Olvidemos lo de anoche.

Miré la caja, pero no la toqué, por lo que Victor se apresuró a abrirla, revelando unos aretes de diamantes que brillaban bajo la luz de la cocina. Durante siete años había recibido una gran cantidad de joyas de su parte… Nunca entendió qué era lo que realmente me importaba.

Me quedé inmóvil, mirándolo en silencio, notando cómo sus ojos se cargaban de impaciencia. Sin embargo, cuando habló, su tono no cambió, era como si estuviera tratando con una niña caprichosa.

—Ya basta, bebé —repuso, colocando la caja en mi mano—. Tómalos y deja de poner esa cara de víctima. El precio de estos haría sonreír a cualquier mujer. —Hizo una pausa, antes de añadir—: Queenie me dijo que te los comprara para animarte, y, aun así, sigues celosa de ella, sin ningún motivo. No vuelvas a pensar esas cosas, ¿sí?

Así que hasta su «intento» de reconciliarse conmigo… también había sido idea de ella.

Con esta certeza, inspiré profundo, y, lentamente, solté:

—Victor, hablo en serio. Nosotros…

Quería decir «debemos terminar», «déjame ir», pero, antes de que pudiera pronunciar aquellas palabras, su teléfono sonó, interrumpiéndome.

—¿Queenie? —preguntó, su voz tornándose suave y afectuosa, casi de inmediato—. Está bien, ya voy para allá.

Dicho esto, colgó y me miró unos segundos, antes de advertirme:

—Pórtate bien, no te pongas así. Hay algo urgente con Queenie. Vuelvo enseguida.

Y, sin más, tal y como hacía siempre, se marchó tras soltar promesas vacías.

Pero esta vez, contrario a otras veces, no lo observé marchase, sino que simplemente tomé otro teléfono, marqué un número que me sabía de memoria y esperé a que la llamara conectara.

Un minuto después, volví a oír aquella voz tras años de silencio.

—¿Ya lo decidiste?

—Sí —respondí, con la mirada perdida al otro lado de la ventana—. Ven por mí y llévame lejos.

Tras decir aquello, corté la llamada, me cambié de ropa y al caer la tarde fui sola al club privado más discreto de la ciudad, donde ya me estaban esperando quienes me ayudarían a romper con la familia Blackwood de una vez por todas.

Sin embargo, en cuanto me adentré en el pasillo VIP, los vi, a través de una puerta entreabierta. Victor y Queenie estaban sentados muy juntos en un sofá de terciopelo y, frente a ello, sobre la mesa, se desplegaban todos los platos favoritos de ella.

—Prueba esto, Vic. Está buenísimo —dijo Queenie ella, mientras sonreía, acercando una cucharada de sopa a los labios de Víctor.

Y él, por supuesto, no se negó.

Verlo así, en vivo y en directo, me dolió más que cualquier foto. De pronto, sentí que las piernas me fallaban y tropecé con la pared de al lado, produciendo un ruido que hizo que Queenie alzara la vista.

Al verme allí parada, sonrió y le dio un suave codazo a Victor.
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