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Capítulo 4

Author: Cristina
Incluso en el momento más crucial —el examen de ingreso a la universidad de arte—, Carina tuvo otro de sus episodios con la vista. A mitad del examen, dijo no poder ver bien y no terminó su trabajo. Pero lo que sí hizo fue cambiar los nombres de nuestras hojas antes de entregarlas.

Cuando salieron los resultados, reconocí al instante que la obra firmada con el nombre de Carina era, sin duda, la mía.

Fui con papá y mamá, pidiéndoles que hablaran por mí. Pero ellos solo abrazaban a Carina, que lloraba como si se le hubiera muerto el alma, y a mí me soltaron su sermón de siempre.

—Estrella, tú puedes volver a intentarlo el próximo año, pero Carina ya no tiene tiempo. ¡Tú sabes que en cualquier momento puede quedarse ciega!

—Ella ha sufrido tanto desde pequeña… cede un poco, ¿sí? Tú vas a entrar la próxima vez, estamos seguros…

Para ellos era tan fácil decirlo. Pero nadie sabía cuántas noches me quedé dibujando en la oscuridad hasta que los ojos me ardían como fuego. Todo porque sabía que, a diferencia de Carina, yo no nací con talento.

Perdí el control.

—¡¿No les basta con que me haya quitado a mis papás?! ¿Ahora también quiere quedarse con mi vida? ¡Devuélvanme mi lugar o me voy de esta casa para siempre!

Mi grito no provocó el más mínimo arrepentimiento. Solo un golpe seco, furioso.

—¡Si no fuera por la enfermedad de Carina, ni de chiste le ganabas! ¡Tú no tienes talento para esto! Aunque entraras a la universidad, serías del montón.

Me llevé la mano a la mejilla. Ardía como si me hubieran marcado a fuego. No podía creer que esas palabras salieran de la boca de mi propio padre.

Al final, Carina fue quien asistió a la universidad de arte en mi lugar. Y yo me convertí en el hazmerreír de todo el entorno: “derrotada por una hija adoptiva medio ciega”. Mi sueño se hizo polvo, y mi vida tomó un rumbo gris, mediocre.

En esta segunda oportunidad, ya no sentía pasión por el arte. Así que, sin titubear, arrojé todo mi material de dibujo al bote de basura delante de papá y mamá.

El rostro de papá se oscureció al instante. Pero esta vez no dijo nada. Sabía que no tenía derecho. Solo bajaron la cabeza y se fueron, llevándose a Carina con ellos.

***

Con el inicio de las vacaciones de verano, regresó de su universidad en el extranjero mi hermano Julio, que venía más que nada a conocer a la famosa nueva hermanita: Carina.

Como en la vida pasada, a Julio le bastó una mirada para quedar completamente hechizado por Carina. Ella había preparado su escena a la perfección: un velo blanco cubriéndole los ojos, caminando a tientas por la sala como una cieguita perdida, hasta “accidentalmente” caer en brazos de Julio.

Se sonrojó, temblando como flor mojada.

—Como no sé cuándo podría quedarme ciega del todo, quiero aprender a moverme en la oscuridad… así, cuando llegue el momento, no seré una carga para papá, mamá… ni para ti, hermano.

Qué manera de hablar. Sin decirlo directamente, me borraba de la ecuación familiar y, de paso, se ganaba el corazón del hermano que una vez me adoró.

Julio, joven y emocional, se quedó sin palabras. Tenía frente a él a una protagonista de drama coreano, frágil, dulce, necesitada. En ese instante, juró en silencio que la cuidaría por el resto de su vida.

Papá y mamá, encantados con la escena, propusieron salir todos juntos al día siguiente. Un paseo familiar para darle la bienvenida a Julio.

Yo no tenía intención de ir. ¿Para qué? Ese cuadro de “familia feliz de cuatro” no tenía nada que ver conmigo, la hija menor caprichosa, envidiosa, la que siempre estaba de más.

Pero Carina, como siempre, tenía que hacer su numerito. Se escondió en una esquina, dejando caer unas lágrimas perfectamente calculadas.

—No, no vayan por mí… Llévense a Julio y a Estrella. Ustedes son una familia… conmigo ahí, solo arruinaría el momento.

Julio, como era de esperarse, corrió a consolarla y le limpió las lágrimas con ternura.
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