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Capítulo 6

Author: Cristina
Cada vez que necesitaban pisotearme para complacer a Carina, sacaban el mismo discurso gastado que ya me tenía harta:

—Carina no está bien de salud, y su historia de vida es muy triste. Por favor, sé comprensiva con ella.

Pero a mí ya no me afectaba. Porque el conocimiento me había dado algo que ellos jamás pudieron: poder.

Empecé a estudiar por mi cuenta en los ratos libres, adelantando materias y leyendo más allá del programa. A los doce años me salté dos grados y me convertí en la estudiante más joven en la historia de nuestra ciudad en entrar a la preparatoria. De pronto, mi nombre estaba en todas partes: la niña prodigio de la familia Fernández.

El teléfono de mi papá no dejaba de sonar: familias de renombre querían organizar reuniones, presentarme a sus hijos, incluso hablar de futuros compromisos. Pero por no herir los sentimientos de Carina, mi papá canceló todas esas invitaciones sin pensarlo dos veces.

Nunca se detuvo a considerar cuánto me habría beneficiado establecer conexiones en esos círculos.

Claro, para él, yo nunca iba a estar a la altura de su adorada Carina.

El día que llegó la carta oficial de admisión, la directora del colegio vino personalmente a entregarla, acompañado por reporteros del periódico local. Pero lo único que encontraron al llegar fueron las espaldas apuradas de mis padres saliendo por la puerta.

Carina había dicho que le dolía la cabeza y, como si eso fuera una orden divina, ellos corrieron a llevarla al hospital. Ni siquiera se detuvieron a saludar a la directora. No podían permitir que mi logro desviara la atención de su estrella más brillante.

Aunque ya no esperaba nada de ellos, esa escena me dejó un nudo en la garganta, una sensación agria de soledad que no pude evitar.

La directora me miró con una seriedad inesperada, y con voz firme me dijo:

—Nuestra escuela no tiene internado, pero si tú quieres, puedo hacer una excepción y gestionar algo para ti.

Su mano sobre mi cabeza fue tan cálida, tan distinta a la indiferencia de los adultos en mi vida, que no pude evitar soltar unas lágrimas. Hacía tanto que nadie me trataba con ese tipo de cariño.

Y gracias a esa lágrima, conocí a las dos personas más importantes de mi nueva vida.

***

Cuando por fin se acercó el inicio de clases, me mudé de inmediato a la habitación que la directora había conseguido para mí. No podía esperar ni un día más en esa casa donde hacía años que no existía el calor de hogar.

El día de mi mudanza, mis padres estaban, cómo no, en el hospital con Carina otra vez. Un dolor de cabeza, una mirada suplicante, y ellos desaparecían como humo.

Julio, aunque estaba de vacaciones en casa, ni siquiera se molestó en ayudarme a empacar. Solo me miró desde el sofá, con los brazos cruzados, y soltó:

—Por fin esta casa va a estar en paz.

Cargué la última bolsa hacia el taxi sin mirarlo siquiera. No valía la pena.

El cuarto que la directora me había asignado era más que digno: una pequeña suite adaptada de una habitación para profesores, cómoda, limpia, y lo más importante: mía.

Pasé el día limpiando a fondo, acomodando todo a mi gusto. Luego fui a la librería y compré una montaña de libros de apoyo. Sabía que la preparatoria sería exigente, y estaba lista para aplastar a quien se interpusiera.

El primer día de clases, como lo esperaba, los demás estudiantes me recibieron con hostilidad apenas disimulada. Al enterarse de que la directora me había conseguido una habitación solo para mí, no tardaron en ponerme etiquetas.

—Miren nada más, la niña genio de doce años.

—¿No le dará miedo dormir solita? A ver si no se pone a llorar por su mami en la noche.

—Hay que sentarla cerca del garrafón, ¿no? Igual necesita su leche en polvo infantil a la hora del receso.

Esos comentarios, para un adolescente común, pueden ser cuchillos. Para alguien que ha vivido dos vidas, no eran más que juegos de patio: crueles, pero insignificantes.

Aunque era más joven que todos, era alta para mi edad. Fui directo al centro del salón y me senté, sin buscar permiso, sin mirar a nadie.

Y entonces, como era de esperarse, comenzaron los murmullos otra vez.

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