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Capítulo 5

Author: Cristina
—¿Por qué dices eso? Si ya somos una familia...

Carina, mientras fingía esquivar las manos de Julio con recato, me lanzó una mirada temerosa, como si yo la estuviera maltratando en silencio, como si fuera su sombra la que la perseguía.

Julio de inmediato me fulminó con la mirada.

—¡Estrella! ¿Por qué la tratas así? ¿Qué te pasó? ¡Tú no eras así antes!

¿Y qué se supone que soy ahora? ¿La cruel? ¿La egoísta? ¿La que cambió? No, los que cambiaron fueron ustedes. Mamá, que antes me cuidaba con todo el corazón. Papá, estricto pero justo. Y tú, el hermano que solía protegerme con todo su ser. Ahora ya no los reconozco.

Solté una sonrisa helada. Lo miré directo a los ojos y respondí sin temblar:

—¿Por qué no le preguntas a Carina, a ver cómo dice que la “lastimé”? Le di mi cuarto. ¿Qué más quiere?

Carina desvió la mirada. Esa culpa involuntaria en sus ojos la delataba. Pero lejos de calmarse, Julio se enfureció aún más, como si ver su fragilidad lo volviera loco.

—¡Justamente es esa actitud altiva tuya la que la hiere! Carina acaba de llegar a esta casa, lo mínimo es que la trates con consideración.

Y de pronto, yo era la villana del cuento. Y él, el caballero que protegía a la princesa.

Mis padres, esos santos de pacotilla, como siempre, tomaron partido.

—Estrella, tu hermano apenas regresó, no lo pongas de mal humor. Anda, pídele disculpas a él y a Carina.

Miré a esa familia torcida hasta la médula, tan parcial que daba risa. Y contesté, palabra por palabra, con una claridad que cortaba:

—A Carina le puedo ceder todo lo que quiera. No me importa. Pero disculparme... eso sí que no.

Dicho eso, me di la vuelta, subí a mi habitación y cerré la puerta con llave, dejando afuera los gritos histéricos e impotentes de Julio.

Ese día, los cuatro salieron a pasear como una familia feliz de comercial de televisión. Nadie se acordó de llamarme. Nadie se molestó en traerme algo de comer.

Si hubiera sido mi yo del pasado, seguro me habría quedado llorando, dejando de comer, fingiendo desmayos para que mamá y papá se sintieran culpables. Quizás incluso me habría escapado de casa.

Pero ahora sé que esas cosas no sirven de nada. Solo te hacen daño a ti misma.

Así que me preparé unos fideos instantáneos bien cargados, los comí con gusto, y abrí el libro de preparación que había comprado en secreto.

Desde que volví a nacer, no he desperdiciado ni un solo día. Esta vez, voy a salir adelante por mí misma. Después de mucho pensarlo, decidí estudiar medicina.

***

Tengo siete años, pero en la cabeza cargo con la mente de una mujer de más de veinte. En la escuela, eso me da una ventaja abismal sobre Carina.

Sus trucos de niña buena, frágil, como florecita de campo recién regada, le funcionan con mi familia, sí. Pero los maestros no compran ese cuento. En los exámenes, quien reprueba, reprueba.

Al final del semestre, saqué el primer lugar de todo el grado. Carina, por su parte, quedó al final de la lista.

Cada vez que la llamaban junto con sus padres por las bajas calificaciones, lloraba y decía que el estrés le afectaba los ojos. Pero se negaba a cambiarse a una escuela especial.

Cada semana de exámenes, la casa era un infierno por su culpa.

Y para no herir su sensibilidad, y para que no se sintiera rechazada por ser adoptada, los santos de mis padres decidieron asistir solo a su reunión de padres, aunque la mía fuera el mismo día, a la misma hora.

No sabían que, por su culpa, los demás niños se burlaban de mí, que me decían que tenía padres vivos pero no tenía quien me quisiera.
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