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Capítulo 7

ผู้เขียน: Estela
Mariana se sorprendió; jamás imaginó que Sebastián le diría algo así.

Y lo más extraño era que… él realmente parecía un poco molesto.

Pero ¿por qué?

¿Sólo porque ella, aun enferma, quería regresar a terminar la cena con sus compañeros?

Ellos dos ni siquiera tenían tanta confianza como para que él reaccionara así.

—No es eso… —murmuró.

En realidad, sólo pensaba volver para avisarles que se iría primero.

Pero al recordar la forma en que todos rodeaban a Luciana, tratándola como si fuera el centro del universo, Mariana sintió que no valía la pena.

Esa noche no era suya, y nadie notaría si se marchaba o no.

"Toc, toc."

Alguien llamó a la puerta del privado.

Un hombre con pinta de asistente apareció en la entrada.

—Señor Sebastián, todos lo están esperando.

Con él, cualquier reunión de negocios giraba a su alrededor.

Sin él, la mesa simplemente no podía avanzar.

—Perdón por hacerle perder el tiempo, señor Sebastián —dijo Mariana enseguida.

—No importa.

Sebastián recuperó de inmediato esa expresión fría y distante de siempre, como si el pequeño disgusto de hace un momento hubiese sido sólo un espejismo de ella.

Salió del salón, y al pasar junto al asistente, le lanzó una mirada.

El asistente entendió de inmediato y asintió.

Cuando Sebastián se fue, Mariana descansó unos minutos más antes de salir del restaurante.

Se colocó en la orilla de la calle para pedir un carro, cuando un vehículo negro se detuvo frente a ella.

La puerta del conductor se abrió, y del interior bajó el mismo asistente de hace un rato.

—Señorita Mariana —la saludó con una sonrisa amable—. El señor Sebastián pidió que la llevara a casa.

—No hace falta —respondió rápido—. Ya lo molesté demasiado hoy.

—No es ninguna molestia, es un pequeño favor —dijo él—. Además, en estos dos años el Grupo Cruz y la familia Beltrán han trabajado juntos en varios proyectos. Y pronto empezarán una colaboración todavía más profunda.

Hizo una pausa antes de agregar:

—Así que cuidarla un poco también es parte de lo que el señor Sebastián considera correcto.

Mariana pensó que, si las dos familias estaban tan unidas últimamente, era muy probable que después de regresar a casa volviera a cruzarse con Sebastián en algún asunto.

Rechazarlo de manera insistente tampoco parecía adecuado.

—Entonces… gracias.

—Por favor, suba.

El asistente le abrió la puerta con toda cortesía.

Mientras tanto, en el lujoso salón VIP del último piso del restaurante, Sebastián estaba sentado junto a la ventana.

Miraba hacia abajo, justo cuando Mariana subía al carro y el asistente se marchaba.

Alguien se atrevió a bromear:

—¿Qué tiene de tan interesante la vista? ¿Qué está atrapando tanto la atención del señor Sebastián?

Sebastián retiró la mirada con frialdad.

—Nada.

Dijo eso y nadie se atrevió a seguir preguntando.

Sacó su celular y abrió el chat.

Su vista pasó primero por la conversación con Mariana, pero luego se detuvo en el mensaje que su madre le había enviado la noche anterior.

“La familia Beltrán ya aceptó el tema del compromiso. Tú estás ahora en Santa María, ¿no? Escuché que Mariana también está allá. Ve a verla. Pon más de tu parte.”

Él sólo le había respondido: “Sí”.

Ahora, como si algo le hubiera pasado por la mente, le envió otro mensaje:

“Mamá, ¿dónde está la doctora Ruiz?”

La señora Flores contestó enseguida:

“¿Ella? El mes pasado volvió a salir del país. Se fue tan rápido que ni me dijo a dónde. Y ahora no logro contactarla. ¿Para qué la buscas?”

La mirada de Sebastián se volvió más oscura.

“Nada. Si llega a comunicarse con usted, avíseme.”

***

El asistente de Sebastián acompañó a Mariana hasta la puerta de su departamento.

Ahí, de pie frente a la entrada, ella respiró hondo varias veces.

En otro tiempo, este lugar había sido “su hogar”, al menos el que ella creyó tener.

Hoy no era más que un sitio temporal… y uno que le generaba una profunda repulsión.

Si no fuera por la investigación del accidente, y por no alertar antes de tiempo al responsable, jamás habría vuelto.

Aprovechando que Emilio y Luciana aún no regresaban, revisó cada rincón del lugar.

Sobre todo el estudio de Emilio.

Pero no encontró nada útil.

Era lógico: si Emilio quería proteger a Luciana, jamás dejaría evidencia en la casa.

Ella había vuelto, en realidad, con una mínima esperanza en el corazón.

Apenas salió del estudio, escuchó el sonido de la puerta abriéndose.

Y en seguida, Emilio y Luciana entraron…

Todavía tomados de la mano.
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