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Capítulo 9

Autor: Alyssa J
En el hospital, Victoria yacía inerte sobre la cama. Tenía la piel casi traslúcida, desprovista de cualquier color, y los labios habían adquirido un matiz azulado. Mantenía los ojos apretados y la frente arrugada por el dolor.

Mi padre caminaba de un lado a otro junto a la ventana. Le temblaban las manos mientras consultaba su reloj una y otra vez. Mi madre, sentada junto a la cama, sostenía con fuerza la mano helada de Victoria.

—¿Dónde está Ember? —susurró mi madre.

Finn permanecía en una esquina con el celular pegado a la oreja. Llevaba una hora intentando llamarme. Cada vez, la misma voz robótica respondía: “El número que usted marcó no está disponible.”

—Sigue sin contestar —dijo Finn, bajando el celular. Apretó la mandíbula con frustración.

Grayson estaba recargado contra la pared, cerca de la puerta. Su habitual máscara de calma se había roto. Unas ojeras oscuras le sombreaban la mirada y sus dedos tamborileaban con nerviosismo contra su muslo.

Sacó su celular y marcó. Cuando le contestaron, su voz sonó tajante.

—Necesito a alguien con esencia de lobo compatible con el tipo de sangre de Victoria. Tráiganlos al hospital ya. No me importa el costo ni a quién tengan que levantar de la cama.

La persona al otro lado de la línea dijo algo y el tono de Grayson se volvió más duro.

—Entonces busquen más donantes. El dinero no es problema. Solo háganlo rápido.

Colgó y se acercó a la cama de Victoria. Clavó la mirada en su cara pálida.

—¿Cuánto falta? —le preguntó al médico que revisaba los signos vitales.

—La transfusión debería ayudar en cuanto encontremos un donante compatible —respondió el sanador—. Pero sus niveles de esencia son peligrosamente bajos. Si no recibe tratamiento pronto...

No hizo falta que terminara la frase. Todos entendieron.

Veinte minutos después, los sanadores entraron con la esencia de lobo. La transfusión comenzó. El monitor cardíaco de Victoria mostró que su pulso empezaba a fortalecerse poco a poco.

—Se está estabilizando —anunció el médico—. Pero necesita reposo. La transfusión fue un éxito.

Mis padres y Finn se dejaron caer, aliviados. La ansiedad que había dominado la habitación durante horas por fin comenzaba a disiparse. Grayson observó la cara tranquila de Victoria un momento más. Luego, se volteó hacia la puerta.

—Voy a regresar a ver cómo está Ember —dijo en voz baja—. Debería saber lo que pasó aquí.

Condujo por las calles vacías hacia la casa de los Blackwood. Algo no encajaba. El silencio dentro del auto se sentía demasiado pesado. Su lobo se agitaba inquieto bajo su piel.

La casa lucía diferente cuando llegó. Todas las luces estaban apagadas. No salía ningún sonido del interior. Incluso los marcadores de olor habituales parecían haberse desvanecido.

Grayson empujó la puerta principal. El silencio lo golpeó como un muro.

—¿Ember? —llamó. Su voz resonó por el pasillo vacío.

Nadie respondió. Entró a la sala y se quedó paralizado. Sobre la mesa de centro había una pila ordenada de papeles. Junto a ellos descansaba la reliquia de la manada Stormwind: el collar que se había transmitido por generaciones.

Le temblaban las manos cuando levantó los documentos. Las palabras bailaban ante sus ojos: “Disolución de Vínculos Familiares”. Al final, con mi escritura familiar, estaba mi nombre y firma.

Sintió que los papeles le quemaban las manos. Los leyó dos veces, con la esperanza de haber entendido mal. Pero el significado era obvio. Yo estaba cortando toda relación con la familia Blackwood.

La puerta principal se abrió. Mis padres y Finn entraron corriendo, todavía sin aliento por el viaje desde el hospital.

—¿La encontraste? —preguntó ella.

Al ver su expresión, siguieron su mirada hacia la mesa. Los documentos y el collar contaban la historia sin necesidad de palabras. Mi madre gritó y le arrebató los papeles a Grayson. Sus ojos escanearon el texto con rapidez.

—No puede ser —susurró, para luego alzar la voz en un grito—. ¡Cómo se atreve esa malagradecida!

Rompió los documentos en pedazos, esparciéndolos por el suelo como confeti. La cara de mi padre se puso roja de ira. Apretó los puños a los costados.

—Es solo un berrinche —gruñó—. No puede cortar los lazos con esta familia ni romper su vínculo. Está siendo ridícula.

Comenzó a caminar de un lado a otro de nuevo, alzando la voz con cada palabra.

—Es una niña tonta que no entiende cómo funciona el mundo real. ¿A dónde cree que va a ir sin nosotros? ¿Sin nuestra protección y apoyo?

Finn suspiró y se cruzó de brazos.

—Seguro cree que con esto va a llamar nuestra atención. Que vamos a ir corriendo detrás de ella a pedirle perdón.

—Exacto —coincidió mi padre—. Está tratando de manipularnos. Pues bien, no voy a caer en su juego. Que sobreviva sola unos días. Cuando tenga hambre y frío, va a regresar arrastrándose.

Mi madre asintió con firmeza.

—Que aprenda por las malas. Tal vez así valore todo lo que le hemos dado.

—En este momento, Victoria nos necesita más —continuó mi padre—. Ella es la que está herida en serio. Ella es la que merece nuestra preocupación.

Finn recogió algunos de los papeles rotos.

—Si algo le pasa a Victoria porque a Ember se le ocurrió hacer este numerito, nunca se lo voy a perdonar.

—Ninguno de nosotros lo hará —dijo mi padre con severidad—. Vamos. Regresemos al hospital, donde sí nos necesitan.

Los tres salieron furiosos; sus voces airadas se desvanecieron mientras subían al auto.

Grayson se quedó solo en la sala. Tomó el collar y lo sostuvo en la palma de la mano. El metal se sentía helado contra su piel.

La duda se coló en su mente como un veneno lento. ¿Era solo un berrinche? ¿Regresaría yo en unos días?

Trató de convencerse a sí mismo. Claro que volvería. Estábamos comprometidos para casarnos. Yo lo amaba; se lo había dicho muchísimas veces. Esto tenía que ser algún tipo de arrebató emocional.

Sí, eso era. Yo estaba alterada por el accidente de Victoria y no estaba pensando con claridad. Una vez que me calmara, me daría cuenta de mi error.

—Va a volver —dijo en voz alta a la habitación vacía.

De vuelta en el hospital, la familia Blackwood se apresuró por los pasillos hacia la habitación de Victoria. Al acercarse a la puerta, escucharon su voz desde adentro. Estaba hablando con alguien por teléfono.

Su tono sonaba diferente: más fuerte, más seguro de lo habitual.

—Fingir que me caía de esa montaña fue agotador —dijo Victoria, y se rio—. Pero valió la pena para por fin deshacerme de Ember.

Finn y mis padres se quedaron petrificados fuera de la puerta. Grayson abrió los ojos de par en par, impactado. Victoria siguió hablando, ajena a su audiencia.

—Llevo años con esto. Todos esos desmayos, esas caídas por las escaleras... ¿Te acuerdas cuando pisé el acelerador en vez del freno a propósito? La mandé a volar, pero la muy terca seguía sin irse. Pero gracias a la Diosa funcionó esta vez —continuó Victoria con tono alegre—. Por fin logré que Ember se largara. Se acabó la competencia. Ya no tengo que fingir que soy débil e indefensa.

La conversación telefónica continuó, pero los miembros de la familia no pudieron escuchar más. Su mundo se había puesto de cabeza en treinta segundos.

Todos estos años habían creído que Victoria era frágil e inocente. La habían protegido, se habían preocupado por ella, habían puesto sus necesidades primero. Y ahora descubrían que todo era una mentira.

Mi padre fue el primero en moverse. Empujó la puerta y entró marchando a la habitación. Mi madre y Finn lo siguieron de cerca, con las caras deformadas por la ira y la incredulidad.

Victoria levantó la mirada y los vio. El celular se le resbaló de los dedos y rebotó contra el suelo. Se puso blanca como una hoja de papel.

—Yo... no sabía que estaban...

—¿Por qué? —la voz de mi madre se quebró—. ¿Por qué hiciste algo tan horrible?

Victoria salió de la cama a trompicones y corrió hacia ellos. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

—Por favor, déjenme explicarles. Me equivoqué, sé que estuve mal.

Agarró el brazo de mi madre, luego la mano de mi padre.

—Tenía miedo. Me tuvieron a mí primero, yo era su única hija. Luego llegó Ember y pensé que tal vez la querrían más que a mí.

Mi padre retiró la mano con brusquedad. Su voz retumbó en la habitación.

—¡Solo la tuvimos por ti! ¡Para ayudarte! ¿Cómo pudiste pensar que la querríamos más?

Las lágrimas de mi madre se mezclaron con su furia.

—Te dimos todo. La mejor habitación, la ropa más fina, toda nuestra atención. ¿No viste cuánto nos importabas?

Finn dio un paso adelante, con la cara dura como una piedra.

—Creí que ese accidente de auto fue solo un accidente. Vi a Ember cubierta de sangre y me sentí tan culpable... Dejaste que creyera que era mi culpa por no protegerte mejor.

Victoria intentó alcanzarlo, desesperada.

—Por favor, no quería que nadie saliera lastimado.

—Sí querías —dijo él con tono cortante—. Lo planeaste. Querías lastimarla.

Victoria cayó de rodillas, sollozando. Se aferró a la ropa de ellos, suplicando.

—Lo siento, lo siento mucho. Juro que es la última vez. Nunca volveré a hacer algo así.

Los miró con los ojos anegados en llanto.

—Todavía me aman, ¿verdad? Sigo siendo su hija.

Su voz se volvió más desesperada.

—¿Se acuerdan cuando tenían esos dolores de cabeza terribles? Les preparaba hierbas curativas todas las noches. Finn, durante el terremoto, yo te saqué de ese edificio derrumbado. Arriesgué mi vida por ti.

La expresión de Finn vaciló. Nuestros padres parecían divididos entre la ira y el viejo afecto. Victoria se volteó hacia Grayson, quien había permanecido en silencio junto a la puerta.

—Tú también me amas, ¿no? Ese día en el jardín cuando estaba bailando, te enamoraste de mí. De todos modos, Ember solo nació para ser mi donante de esencia.

Su voz se tornó amarga.

—Sé que estuvo mal obligarla a darme tanta esencia a lo largo de los años. Pero no soportaba ver cómo te robaba el amor que era mío.

Grayson miró a Victoria como si la viera por primera vez. Esa tipa calculadora y manipuladora no se parecía en nada a quien él creía conocer. Entonces, una voz surgió desde un rincón de la habitación. La ama de llaves de la familia había estado parada allí, en silencio, durante toda la confrontación.

Ahora, dio un paso al frente y se dejó caer de rodillas en el suelo. Las lágrimas corrían por sus mejillas arrugadas.

—Ya no puedo quedarme callada. Hay algo más que tienen que saber.
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