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Capítulo 4

Penulis: Yara
El olor a desinfectante en la habitación del hospital era punzante.

Yacía en la cama fría, mi cuerpo desgarrado por el dolor, pero la herida en mi corazón dolía aún más.

Mi pie derecho estaba envuelto en vendas gruesas, por las que se filtraba sangre abundantemente.

La férula desde mi hombro izquierdo hasta la espalda me inmovilizaba por completo.

Los monitores sonaban, recordándome que aún estaba viva.

En este momento, la puerta se abrió.

Yamina entró con sus tacones altos, seguida por dos mujeres vestidas con extravagancia.

Ian entró al final, con el rostro sombrío, evadiendo mi mirada.

Yamina se acercó a la cama y miró desde arriba mi pie vendado.

—¡Dios mío, Sra. López! Tu pie… ¿Qué dijo el doctor? ¿Acaso quedará cojo para siempre?

Las mujeres que la acompañaban comenzaron a reírse burlonamente:

—Ay, ¡qué lástima! Para una bailarina, el pie es la vida. ¡Si quedas inútil, eres como estar muerta!

—Antes, te llman “alma de cisne", ¿no? ¡Ahora ni siquiera una pata coja!

Otra mujer sacó su celular y lo agitó:

—Ah, se me olvidaba decirte. ¡La función de despedida de "La Corona Eterna"

fue un éxito! Los medios dicen que la adaptación de Ian y Yamina es "una chispa divina", supera el clásico.

—En el Internet solo hay elogios, ¿y tu nombre? Ni lo mencionan. Después de todo, la versión original es demasiado anticuada.

"La Corona Eterna" era el trabajo de mi vida, creado en innumerables noches en vela.

Ahora me habían robado y se burlaban de mí.

Ian evitó mi mirada y su voz era áspera:

—Estrella, tu estado actual es grave. El elenco lo lamenta, pero debemos ser realistas. Tu contrato será rescindido legalmente, la indemnización se pagará según el estándar.

Hizo una pausa y sacó un documento.

—Además, el elenco desea comprar todos los derechos de "La Corona Eterna" oficialmente. Es para la continuidad y desarrollo de la obra, y para evitar problemas innecesarios. Si firmas el acuerdo, el precio es negociable.

Querían despojarme por completo de mi último legado artístico.

Mi vista se nubló.

Miró mi pierna herida e inmóvil, Yamina de repente levantó el pie y, con la punta afilada de su tacón, presionó lentamente la herida vendada de mi pie derecho.

—¡AH!

El dolor agudo hizo que me arquease y el sudor frío empapó al instante la ropa.

Era no solo una tortura física, sino la humillación más cruel a mi dignidad como bailarina.

Yamina retiró el pie, su sonrisa era como el veneno:

—Ay, lo siento, no vi tu pie roto.

Se inclinó, acercándose a mi rostro contraído por el dolor:

—Estrella, mírate, tan patética, como un insecto. Te daré una oportunidad.

—Si ahora mismo, te arrodillas y me suplicas en voz alta que yo, Yamina, tenga piedad de ti, y luego…

Se enderezó bruscamente, levantando su falda hasta los muslos, abriendo las piernas, señalando entre sus caderas.

Su voz era estridente:

—¡Pasa gateando por aquí! ¡Como uno perro!

—¡Si gateas y ladras como un perro! Quizás considere ser caritativa y le pida a mi Ian que hable con el director Luis para que deje a ti, una coja, volver al Elenco Luz a limpiar los baños. ¿Qué tal? Después de todo, es todo lo que puedes hacer ahora, ¡ja, ja, ja!

Sus amigas estallaron en carcajadas estridentes.

Ian apretó los puños y respiró con dificultad:

—Estrella, al menos es una oportunidad. Tal vez deberías aceptar.

Las lágrimas se mezclaron con el sudor frío, mordí mi labio y comí el sabor metálico de la sangre.

¡La pesada puerta de madera de la habitación fue derribada de una patada con una fuerza brutal desde fuera!

¡Se estrelló contra la pared, astillas de madera volando por todas partes!

Llegó una voz masculina, fría, furiosa, como un trueno, atravesó el espacio:

—¡A ver quién se atreve a tocar a mi Reina Cisne!
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