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Capítulo 5

Author: Lía Vallejo
Mientras tanto, Mateo llevaba a Elsa de regreso a su departamento.

Ella, recostada en el asiento del copiloto, mantenía esa pose frágil y lastimosa que sabía usar tan bien.

Su voz, suave y temblorosa, rompió el silencio:

—No entiendo por qué Anita me empujó, parecía fuera de sí... yo no le hice nada.

Luego suspiró con falsa tristeza.

—Pero no la culpes —añadió, bajando la mirada—. Al final fue mi error. No debí haber vuelto. Ahora por mi culpa terminaron discutiendo otra vez.

Mientras hablaba, espiaba la reacción de Mateo de reojo, midiendo cada gesto, cada silencio, intentando desviar toda la culpa hacia mí.

Mateo seguía manejando con la vista fija en la carretera, el rostro tenso y el silencio pesándole en el aire.

Minutos después, el auto se detuvo frente al edificio de Elsa.

Ella desabrochó el cinturón, pero no se bajó enseguida.

Se volvió hacia él y, con gesto suave, posó la mano sobre su brazo.

—Gracias por traerme, Mateo —murmuró, su voz apenas un suspiro—. ¿No quieres subir un
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    Le dije a Diego, en voz baja:—Puedes irte, quiero hablar con él a solas.Diego me miró preocupado, pero respetó mi decisión.Se acercó a Mateo, con una expresión seria, y le dijo:—Recuerda, el hecho de que Anita quiera hablar contigo no significa que puedas hacer lo que quieras. No me importa quién seas, pero si le haces daño, no me voy a quedar de brazos cruzados.—Y sobre el tema del auto, mi abogado te va a contactar.Luego se giró hacia mí y, con una mirada más suave, añadió:—Si necesitas algo, no dudes en llamarme.Asentí ligeramente.—Gracias, Diego.Cuando Diego se fue, solo quedamos Mateo y yo.Lo miré, su rostro demacrado, y hablé con calma:—De verdad quiero divorciarme. Por esa película vieja que tienes con todos tus momentos felices con Elsa; por esas fotos de boda que siempre prometiste pero nunca cumpliste; por cómo, delante de todos, siempre tomas partido por Elsa y me acusas sin razón.Él se quedó allí, en silencio, escuchando mis palabras. Su mirada se fue apagando

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    Para celebrar el nombramiento oficial de Elsa, Mateo organizó una gran fiesta de bienvenida.En el salón principal, la presentó a todos como su brillante asistente, con una admiración que le iluminaba la cara.Pidió que la respaldaran, que confiaran en su capacidad.El comentario causó revuelo entre los invitados.¿Ese era el mismo Mateo Fuentes, el hombre frío y estricto que nunca elogiaba a nadie?Mientras tanto, yo —la esposa legítima— estaba en una esquina, reducida a la sombra de una simple espectadora.Entre la multitud, Mateo barrió la sala con la mirada y, por un segundo, nuestros ojos se cruzaron. Solo por un segundo.Entonces Elsa, con esos tacones imposibles, tropezó y estuvo a punto de caer, perdiendo el equilibrio por un instante.Mateo, que un momento antes sonreía tranquilo, reaccionó al instante: soltó lo que tenía en las manos y la sostuvo, su cara cambiando por completo.Sentí cómo se me tensaba la mano que sostenía la copa de vino.Ya no podía seguir viendo esa escen

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