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Capítulo 2

Penulis: Grin
No lo dijo en voz alta, pero sus palabras retumbaron en mis oídos como un trueno.

Levanté la cabeza de golpe y lo empujé con todas mis fuerzas. Clavé la mirada en Héctor, como si buscara una respuesta en su rostro. Pero él bajó la mirada, sin la menor intención de contestarme. La culpa lo delataba.

Con los ojos enrojecidos y señalando a Rebeca, le reclamé, incapaz de contenerme.

—¿Es cierto lo que dice? Si te casaste con ella… ¿qué va a pasar con nosotros, con nuestro hijo? ¿De verdad vas a abandonar a tu hijo? ¿En serio prefieres ser el padre de un bastardo que ni siquiera sabes quién lo engendró?

Apenas terminé de hablar, escuché a Rebeca sollozar desconsolada. Lloraba como si se le fuera la vida en ello.

—¡Mi hijo no es ningún bastardo, mi hijo sí tiene papá!

Héctor, a su lado, se alarmó al instante. Visiblemente molesto, no dudó en darme una cachetada.

¡Plaf!

Un sonido claro y seco, seguido de un ardor intenso en mi mejilla derecha.

Me miró con una dureza que estremeció mi ser. Retiró la mano sin remordimiento, y sus ojos reflejaban una completa falta de afecto.

—Gabriela, veo que cada vez tienes menos educación. ¿Cómo te atreves a decir esas cosas? ¡No sabes el daño que le causas a Rebeca!

No, no sabía cuánto daño podría causarle, ¡solo sabía que el tipo que tenía enfrente había cambiado!

Me limpié la comisura del labio, donde la piel se había partido por el golpe. Un sabor metálico y dulzón se extendió por mi boca, desde la punta de la lengua.

Siempre que se trataba de Rebeca, él perdía el control.

Con una voz que apenas disimulaba mi desesperación, le pregunté:

—Entonces, ¿qué quieres que diga? Mi prometido ya no nos quiere ni a mí ni a nuestro hijo, prefiere a otra y ser padre de un niño que no es suyo. ¿En serio qué esperas? ¿Que te aplauda y te felicite sin más? — Mi voz fue subiendo poco a poco de tono, pasando de la calma a la indignación.

Él titubeó un instante; un destello de compasión y culpa cruzó su mirada. Pero, al final, solo dijo en voz baja:

—Rebeca no es como tú, solo me tiene a mí. No soportaría los chismes por ser madre soltera. Gabriela, espera un poco más. En cuanto ella tenga a su bebé, me casaré contigo.

Después de aquellas estúpidas palabras, me abrazó con fuerza, como si quisiera sellar una promesa.

—Confía en mí. Cuando todo esto termine, en un año, te daré la boda que te mereces.

No dije nada.

Detrás de él, Rebeca interrumpió con fastidio:

—Héctor, el bebé ya tiene hambre, ¡vámonos a casa a prepararle algo de comer!

Su cuerpo se tensó por un momento, pero no vaciló. Solo me dio una palmadita en la cabeza al soltarme y me abandonó en el hospital.

Mientras los veía alejarse, comprendí por primera vez lo obvio que es cuando alguien te ama y cuando solo te ofrecen migajas.

Regresé a casa después de la revisión.

Estaba completamente sola, y el apartamento se sentía más vacío y desolado que nunca. Después de bañarme, me acosté en la cama, aturdida, lista para dormir.

De repente, oí girar la cerradura y, al rato, la voz apesadumbrada de Héctor resonó a mi lado.

—Ni siquiera te secaste el pelo, te vas a enfermar si duermes así.

No me moví ni un centímetro. Él suspiró y me levantó en brazos con firmeza para sentarme frente al tocador.

Tomó la secadora y, con movimientos hábiles, comenzó a desenredarme el cabello con los dedos.

Cuando terminó de secármelo, yo seguía sin haber pronunciado media palabra.

—¿Qué tienes? ¿Sigues enojada por lo de hoy? ¡Ya te prometí que en cuanto este asunto termine, me casaré contigo!

Héctor sabía cómo provocarme. Sopló cerca de mi oreja, y sentí cómo se me erizaba la piel.

—¿Y si no estoy de acuerdo? —pregunté, entonces, sin poder evitarlo.

Su cara se ensombreció al instante.

—Gabriela, solo te estoy informando mi decisión, ¡no estoy pidiendo tu opinión! —Hizo una pausa, como si sintiera remordimiento, y luego intentó consolarme con voz suave—: Tú sabes que Rebeca está sola en este momento, yo soy la única persona con al que puede contar. ¡Debo ayudarla!

Acto seguido, comenzó a guardar ropa en una maleta, la cual llenó en poco tiempo la.

Antes de irse, solo añadió:

—Rebeca ha estado con muchas náuseas por el embarazo estos días, voy a pasar más tiempo con ella. Si necesitas algo, llámame.

Solo cuando lo vi salir con la maleta, me di cuenta de que, sin saber cómo, tenía la cara empapada en lágrimas.

Así que ese era el verdadero motivo de su visita.

No es que no supiera que yo también solo lo tenía a él. Ni que ignorara que yo también pasaba noches enteras sin poder dormir por culpa de las náuseas del embarazo. Simplemente, yo ya no le importaba.

Comparada con Rebeca, para él yo no valía nada.

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