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Promesa rota, corazón renacido
Promesa rota, corazón renacido
Penulis: Vega Cielo

Capítulo 1

Penulis: Vega Cielo
La lista familiar de los candidatos apareció frente a mí, y de repente, desperté de golpe.

Aún sentía la punzada del ahogo cuando escuché la voz de mi padre.

—Andrea, hoy tienes que elegir a uno de ellos como tu prometido.

Fue en ese momento cuando lo tuve claro: había renacido.

Miré la lista, no dudé un solo instante y taché el nombre de Alberto.

Mi padre, Carlos, se quedó callado por un rato.

—Andrea, ¿estás segura de lo que estás haciendo? ¿No te gustaba tener siempre a Alberto cerca? ¿Por qué lo descartas ahora de la lista?

—Espera, voy a hacer que preparen otra lista...

Rápidamente, negué con la cabeza e interrumpí.

—No, papá, no me equivoqué. La persona que quiero no es Alberto, es Leonardo.

En ese instante, el recuerdo de Leonardo justo después de mi muerte apareció en mi mente: su rostro totalmente destrozado y sus gritos desgarradores.

Carlos vio que mi decisión era firme y no insistió más, solo asintió lentamente.

—No lo hagas público todavía. Espera hasta el compromiso, dentro de tres días. Yo mismo lo anunciaré.

Justo al salir de la estudio, me encontré de frente con Alberto en el vestíbulo de la casa. Estaba acompañado por Lorena Santos.

Apenas me vio, Lorena se escondió detrás de Alberto, encogiéndose de miedo, como si yo fuera a comérmela viva.

Alberto la tomó de la mano y, con un tono suave, le dijo:

—Lorena, tranquila, no tienes nada que temer. Si yo estoy aquí, no te va a pasar nada.

Luego me dirigió una mirada de puro desdén.

—Andrea, entiendo que Lorena sea una estudiante becada por la familia Navarro, pero ¿no te da un poco de vergüenza tratarla de esa manera? Deberías tener más consideración.

Me quedé en un completo shock, porque la escena frente a mí no coincidía para nada con lo que había vivido en mi otra vida.

En ese momento, Lorena puso su mano inflamada sobre el brazo de Alberto y, con voz temblorosa, dijo:

—Alberto, no la culpes. Yo vengo de una familia humilde. De verdad, no me molesta en absoluto tener que lavar la ropa de la señorita.

Me quedé paralizada por un segundo. ¡Nunca le pedí a Lorena que me lavara la ropa!

Fue entonces cuando entendí que ella estaba manipulando la situación para ganarse la simpatía.

Antes de que pudiera decir algo, Alberto me gritó, con una rabia contenida:

—Andrea, te lo digo claro: aunque me elijas como tu prometido, nunca te voy a querer, no me gustan las mujeres como tú.

Luego, con una expresión de compasión, acarició la mano de Lorena, con los ojos llenos de ternura.

—Lorena, tú no eres lo que esa gente dice. Eres mucho más noble que todas esas personas malintencionadas.

Luego me lanzó una mirada despectiva.

Un dolor punzante recorrió mi pecho.

Ya fuera en esta vida o en la anterior, nunca había creído en mí.
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