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Capítulo 4

Author: Desflorencia
Mis padres voltearon la cabeza. Recién en ese momento parecieron notar mi existencia.

Sus rostros mostraron una leve incomodidad.

Pero al oír mis palabras, mamá se enojó:

—¿¡Qué estás diciendo!? Solo es una prueba médica, ¡no digas cosas tan negativas!

Papá también me miró fríamente:

—¿Otra vez quieres arrepentirte? Te recuerdo que el contrato ya está firmado.

—Será mejor que entres y lo hagas como corresponde. Cuando el medicamento esté listo, vendremos a recogerte.

Carlos me tomó la mano con ternura:

—Será rápido, solo un mes. Cuando salgas, te compraré todo lo que quieras.

Miré a mis padres, luego a Carlos, y finalmente suspiré.

Solté su mano con firmeza.

Me di la vuelta y caminé hacia el laboratorio, sin mirar atrás. Pues ya no me quedaba ni una pizca de apego por ellos.

La supuesta prueba médica no era nada normal. De hecho, era un infierno.

Cada día sentía como si mil hormigas me recorrieran el cuerpo.

Rasgaba mi propia piel con desesperación, y mi cuerpo se cubrió de cicatrices y sangre seca.

Durante todo ese tiempo, nadie vino a verme.

Quizás estaban comiendo banquetes, o viendo el atardecer a orillas del Sena.

No lo sé.

Solo sé que mi corazón latía cada vez más lento.

El día dieciocho, mi línea de vida se volvió recta. El monitor dejó de emitir sus pitidos rítmicos.

Cuando el doctor entró, pensó que estaba dormida.

Me empujó el brazo con fastidio:

—Despierta, es hora de la siguiente fase.

Pero solo hubo silencio.

Frunció el ceño. Y entonces vio el monitor de ritmo cardíaco. Su rostro se transformó por completo.

Temblando, agarró su celular y llamó a mis padres.

—Aló, señora Santos... ocurrió algo grave. Sara... ¡ella ha muerto!

Hubo un segundo de silencio al otro lado. Luego, mamá se rio con desdén:

—Por favor, doctor, hoy no es el Día de los Inocentes. No bromee.

Él miró mi cuerpo rígido, con la piel azulada, y gritó, entre nervioso y furioso:

—¿¡Bromeando!? ¡Está muerta! ¡No respira!

En ese momento, Carlos le arrebató el celular a mamá.

Su voz sonaba calmada:

—Doctor, Sara probablemente está fingiendo para librarse de la prueba. No se deje engañar por ella.

—¡Dios mío! ¡¿Están locos?! ¡Está muerta de verdad!

Pero antes de que ese sanador desesperado pudiera continuar, Carlos lo interrumpió con impaciencia:

—Tenemos cosas que hacer. Cuando Sara despierte, dígale que deje de hacer estos trucos. En doce días iremos a verla.

Y colgó sin dudar.

El doctor se quedó mirando el celular, incrédulo.

Marcó una y otra vez, pero nadie volvió a contestar.

Maldijo en voz baja, y terminó arrojando mi cuerpo a una morgue improvisada.

Nadie sabía la verdad: ese 'centro de investigación' no era más que un montaje creado por Yoli.

Todo para mantener su imagen de chica frágil, para seguir siendo la favorita de padres, para quedarse con el juguete llamado Carlos.

En cambio... mi alma se deslizó fuera del cuerpo, flotando en silencio, testigo de cómo lo arrojaban como si no valiera nada.

No pasó mucho antes de que las ratas y las hormigas llegaran, guiadas por el olor, a devorar mi carne, a beber mi sangre.

Aunque ya estaba muerta, todavía sentía el dolor.

En vida, nunca me amaron. En la muerte, nadie me lloró.

Mi existencia... parecía no haber tenido ningún valor.

Mi alma quedó atrapada en mi cuerpo. No sé por qué, pero no podía alejarme ni un paso.

Los días pasaban, y el pequeño cuarto de la morgue comenzó a llenarse de un hedor insoportable.

Hasta que, por fin, escuché una voz familiar al otro lado de la puerta:

—Doctor, ¿ya se logró desarrollar el medicamento?
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