MasukMi esposa profesaba su propia fe y seguía estrictamente sus perceptos, evitaba cualquier tipo de intimidad física. Solo nos permitía estar juntos al decimosexto día de cada mes. Y aun así, todo debía estar bajo su control. Si alguna vez sobrepasaba esos límites, no dudaría en interrumpirlo todo y marcharse. Llevábamos cinco años de casados. Aunque me sentía insatisfecho, la complacía una y otra vez por amor. Me convencí de que, pese a su frialdad, al menos había algo de amor por mí. Hasta que, durante una misión de rescate en un hotel en llamas, descubrí lo equivocado que había estado. Cuando la encontré, mi esposa estaba recostada contra el pecho de otro hombre, y entre los dos había un niño pequeño.
Lihat lebih banyakA esta le siguió la furiosa orden de Elena: —¡Julio, que el departamento jurídico prepare dos copias del acuerdo de divorcio! Salgo un momento.¡Acuerdo de divorcio!Al oír esto, el rostro de Julio palideció.Era obvio: Elena había tomado la decisión de divorciarse de Marcos.¿Pero acaso anoche el señor Sánchez no fue a verla?¿No se habían reconciliado?Julio se abstuvo de seguir especulando. Asintió con respeto y salió de la oficina.Diez minutos después, dos copias del acuerdo de divorcio entre Marcos y Elena llegaron al escritorio de la directora.Elena, con el rostro imperturbable y frío, tomó los documentos y salió del edificio rumbo al cuartel de bomberos donde trabajaba Marcos.—¿Quieres jugar a ver quién es más valiente, Marcos? Je... Tonto.—Ya verás quién termina haciendo el ridículo.Mientras tanto, yo acababa de terminar el entrenamiento físico cuando el capitán, con una amplia sonrisa, me llamó a su oficina.—Jefe, ¿me buscaba? —pregunté, extrañado por su evidente buen hu
—Una sacerdotisa devota, evita rigurosamente cualquier exceso carnal —dije con calma, repitiendo palabra por palabra lo que ella me dijo hace cinco años—. El acto sexual se limite rigurosamente al decimosexto día del mes.Colgué la llamada y apagué el teléfono.Justo en ese momento, un taxi se detuvo frente a mí. Subí al taxi y desaparecí entre la oscuridad de la noche.—¡Marcos! —gritó Elena desde el ventanal de su oficina. Miró con ansias, pero no obtuvo nada.El teléfono se resbaló de sus dedos. Las lágrimas rodaron por sus mejillas.Reflejada en el cristal, frente al paisaje luminoso de la ciudad, vio su propio rostro bañado en llanto.Le dolía el corazón. Como si alguien le hubiera clavado un cuchillo.Esa noche, Elena no pudo dormir.Aunque su mente estaba nublada al límite y le dolía la cabeza, se negaba a cerrar los ojos.Cada vez que lo intentaba, sentía un vacío aterrador en el pecho, como si hubiera perdido a alguien para siempre.A la mañana siguiente, llegó a la oficina co
Quizás la paciencia de Elena había llegado a su límite. Cada palabra que salía de su boca parecía buscando provocarme, generar una pelea violenta para luego encontrar, en los rescoldos del conflicto, un espacio para la reconciliación.Debía admitir que su plan era bastante ingenuo.Pero ese espacio para la reconciliación siempre había existido por mi capacidad de ceder, por mi compromiso con el matrimonio y con ella.Pero cuando quien siempre cargó con todo ya no quiere ceder, ¿de dónde va a salir reconciliación alguna?—Piensa lo que quieras. Supón que son celos, me da igual. Descansa, Elena. —dije con serenidad, ignorando por completo la reacción de Elena, salí de la oficina.Creí que la pesadilla de esa noche, por fin, terminaba.Pero entonces, Elena salió corriendo tras de mí, agarró mi brazo con fuerza y gritó con voz cortante:—¡Marcos, mi paciencia tiene un límite!—He tolerado una y otra vez que desafíes mis principios, ¡y lo hice por valorar nuestro matrimonio! Pero eso no te
Pero ahora, lo mejor era mantener cierta distancia con mi exesposa.Elena siguió acercándose, pero yo me esquivé.Sin embargo, al ver que realmente podía caerse, extendí el brazo y la sostuve de forma puramente simbólica, como habría hecho Julio.—Ten cuidado.Al oír mi advertencia en voz baja, Elena se quedó paralizada.Me miró con incredulidad, como si no pudiera creer que aquel esposo sumiso que soportó su desdén durante cinco años, ahora la tratara así.—Gracias. —dijo, con un tono que sonaba a rendición.Dejó de intentar acercarse y siguió caminando por su cuenta.Entramos en la oficina. Ella sacó una llave del cajón con familiaridad y abrió una puerta discreta al lado de la estantería que conducía a un dormitorio.En ese momento, me detuve. No quise seguir adelante.No quería ver ese cuarto que me había ocultado, ni menos encontrar rastros de que algún hombre hubiera estado allí.¿Qué tenía que ver yo con el dormitorio de la Señora Vega?—Marcos, ¿adónde vas? —preguntó Elena, vol






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