The Hating Game

—Madre, no me importa, yo quiero casarme con el vampiro.

Aún sentía en la piel las marcas de los colmillos, pero al oír la voz mimosa de Serafina, comprendí de inmediato que había renacido.

¿Por qué Serafina estaba tomando una decisión diferente?

En mi vida pasada, la falsa heredera se había enamorado a primera vista del hombre lobo de músculos marcados y rostro atractivo, llorando y gritando que quería casarse con él.

Mis padres, con la boca hablando de un sorteo justo, en realidad habían escrito “hombre lobo” en los dos palillos.

Serafina sacaba primero; no importaba cuál eligiera, siempre sería un hombre lobo.

Y como era de esperarse, cuando ella protestó que el sorteo no valía y exigió casarse con un vampiro, mi madre le acarició la cabeza con ternura y aceptó con una sonrisa indulgente.

Luego, girando el rostro helado hacia mí, me dijo:

—Aina, Serafina al fin y al cabo es tu hermana. La he criado a mi lado tantos años… deja que se quede con él.

Desde que regresé a los dieciséis, siempre repetía la misma frase: que yo debía ceder.

Antes discutía y protestaba, pero ahora solo asentí y dije que sí.

Las palabras de mi madre se le atragantaron, y me miró con extrañeza.

Me giré para ir a mi cuarto a recoger mis cosas, pero Serafina me agarró del brazo con fuerza y soltó con fiereza:

—Aina, esta vez la inmortalidad es mía.

En ese instante lo entendí: Serafina también había renacido.

Sonreí y le respondí: —Pues que se cumpla tu deseo.

En la vida pasada, Serafina solo vio en el vampiro su porte aristocrático, su elegancia y la promesa de inmortalidad. Pero no sabía que más de una vez estuve a punto de morir desangrada en sus brazos.

Si tanto lo desea, que sea ella la que se convierta en su bolsa de sangre.

Muy pronto, vampiros y hombres lobo enviaron a los mejores de sus clanes para desposarnos.

El vampiro Vinicius apareció con un traje barroco de noble, elegante y majestuoso. Sobre él llevaba una capa negra de cuello alto, lo que lo hacía aún más misterioso. Su rostro estaba tan pálido que parecía sin una gota de sangre.

Los ojos de Serafina brillaban como estrellas, ya completamente rendida ante su encanto.

Yo solté una risa fría: en la vida pasada, al ver a Lupin con el cuerpo medio desnudo y los músculos marcados, también babeaba de deseo.

Pero ahora lo miraba con desprecio y, con sorna, dijo:

—Hermana, ¿por qué tu esposo anda siempre sin camisa? ¿No te irá a golpear en casa?

De paso me tomó del cuello de la ropa y, acercándose a mi oído, me susurró:

—Escúchame bien, Aina. No pasará mucho antes de que Vinicius derrote a los hombres lobo y unifique a toda la humanidad. Entonces te arrastrarás a mis pies como una perra, y quizá me apiade de ti.

—Claro, si es que sigues viva.

Y soltó una carcajada arrogante.

Vampiros y hombres lobo eran enemigos naturales.

Aunque ambos eran poderosos, no estaban libres de debilidades.

En mi vida pasada, gracias a mis advertencias, Vinicius descubrió que los hombres lobo, pese a su fuerza, eran tercos y fáciles de engañar.

Pero eso jamás podría entenderlo una Serafina malcriada.

Fui llevada a la guarida de los hombres lobo por Lupin.

No hubo boda; simplemente me lanzó a la cama y salió a beber con los demás para celebrar.

En cuanto cerró la puerta, trepé por la ventana y escapé.

Nunca pensé realmente en huir. Desde la aparición de vampiros y hombres lobo, se habían propagado como un virus por el mundo entero.

Con su vuelo y fuerza descomunal, conquistaron rápidamente a la humanidad.

Escapar era imposible.

Pero en mi vida pasada, justo antes de morir, supe que en secreto siempre hubo humanos que resistían.

Habían encontrado maneras de frenar y hasta matar tanto a vampiros como a hombres lobo. Lástima que eran pocos y carecían de aliados infiltrados.

Nunca supe si después de mi muerte lograron vencer.

Esa noche, al volver y abrir la puerta, vi a Lupin sentado en la cama, con el rostro sombrío:

—¿Dónde estabas?