Como estaba de buen humor, conducía de forma un tanto temeraria.En otra época, Valeria le habría insistido, al menos un poco, en que manejara con más precaución; ahora, sin embargo, se limitó a aferrarse con fuerza a la agarradera de su asiento.Si Patricio quería jugársela, allá él. Si acababa en el hospital, al menos así evitaría tenerlo rondando cerca.Para su desgracia, él no cumplió sus expectativas y, a pesar de un trayecto lleno de sustos, llegaron sanos y salvos a la entrada de la plaza Galerías Metropolitanas.En la planta baja del centro comercial se encontraba la cotizada joyería Esplendor.Patricio, con paso decidido y un humor excelente, se dirigió directamente hacia allá. Al llegar, le indicó al vendedor que mostrara los anillos de compromiso.—Saque los más grandes que tenga, los de más quilates.El vendedor, al ver que se trataba de una venta importante, sonrió de oreja a oreja.—¡Claro que sí, señor! Un momento, por favor.Al poco rato, el empleado regresó con varias
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