La mirada de Claudio, seria y penetrante, se clavó en Serafina, como tratando de leerle la mente.Ella no mostró ni la menor señal de estar nerviosa.Al final, era la emperatriz, ¿cómo no iba a ejercer su autoridad?Para castigar a Jimena, el único obstáculo era Claudio.Quizás esa herida no era suficiente por sí sola.Serafina ya tenía preparada su explicación y estaba por hablar cuando escuchó la voz grave de Claudio:—¡Lleven a Jimena a la cárcel!Serafina se quedó en silencio, sorprendida.¿Había decidido tan rápido?Fuera del salón, al enterarse del castigo, Jimena quedó impactada.Ella era una heroína de Nanquí, con reconocimiento militar. Aunque en serio lo hubiera hecho, ¿cómo podía el emperador tratarla así?Ni siquiera le dio la oportunidad de explicarse, ¿y ya aceptaba como verdad lo que dijo la emperatriz?—¡Su majestad, yo no intenté matar a nadie! ¡Soy inocente!Por mucho que gritó, nadie le respondió.Quedó llena de desilusión.Se había convertido en el general Gonzalo,
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