Sebastián respondió con una calma casi elegante, como si todo estuviera perfectamente bajo control.—En cuanto al contrato, encárguense ustedes. Yo no voy a intervenir, ¿les parece?—¡Mucho mejor! —soltaron los accionistas, eufóricos, poniéndose de pie—, entonces vamos a coordinar con el equipo de Matías Morel. Si todo marcha bien, hoy mismo firmamos el acuerdo.—Perfecto, me parece bien —asintió Sebastián y alzó la mano para invitarlos a retirarse.Por un momento, el ambiente en la sala fue de completa armonía: risas, cortesías, todo parecía marchar como nunca.Pero Mateo, desde un rincón, no terminaba de convencerse. Aquel gesto en los labios de Sebastián —esa curva apenas perceptible— no tenía nada de inocente. Más bien parecía la sonrisa de un cazador que ya tenía la trampa perfecta tendida.Así que, en cuanto se quedaron solos, Mateo se apuró a acercarse.—Señor Altamirano, si los accionistas van a encargarse del contrato, ¿quiere que yo supervise el proceso? Así, si se presenta u
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