Emiliano había intentado entrometerse entre Inés y Sebastián más de una vez. Y, hasta ahora, todas esas veces habían terminado igual: en fracaso, dejándolo a él humillado y sin dignidad.¿Para qué insistir, entonces? ¿Cuál era el sentido de seguir lastimándose?Inés lo pensó sinceramente mientras hablaba, sin rencor pero con una firmeza que dolía. Luego, sin más, se dio la vuelta para irse con Elías.Esta vez, Emiliano ni siquiera tuvo fuerza para detenerla. Se tambaleó un poco y, de no ser por su asistente, que lo sujetó del brazo, habría terminado desplomado en el suelo.Pero justo cuando Inés iba a entrar en el elevador, una voz temblorosa la alcanzó por detrás.—Inés… —su tono se quebró—. Pensé que si me esforzaba un poco más, todavía habría tiempo. Que nada estaba perdido. Tú dices que soy un hombre que lo quiere todo, que no sé elegir, que juego a dos bandos… —continuó Emiliano, con los ojos enrojecidos, fijos en su espalda—. Pero dime, si algún día Sebastián hace lo mismo, si de
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