Pero, ¿quién iba a imaginar que con un solo movimiento terminaría cavando su propia tumba? Ahora Edgar lloraba peor que un cerdo camino al matadero.—¡Señor Altamirano! —sollozaba entre hipo y hipo—. Lo de aquel año… Llevo más de diez años arrepintiéndome. Cuando supe que Mirna, esa víbora, había asesinado a su esposo y se había casado con un hombre de la familia Cornejo, llevándose toda la indemnización, y que además maltrataba a Inés, su propia hija, créame, si me diera otra oportunidad, jamás la habría ayudado. Estoy dispuesto a pagar por lo que hice, a pedirle perdón a Inés y también a usted, señor Altamirano —se le caían las lágrimas a chorros—. ¡Se lo ruego! Déjeme vivir y haré lo que sea, ¡lo que sea!Edgar lo miraba con los ojos llenos de pánico, convencido de que si se mostraba útil, Sebastián lo dejaría con vida.Pero Sebastián no cambió de expresión. Su rostro seguía tan sereno como el acero. Hasta que Edgar terminó su última súplica.Entonces, sin una palabra, Sebastián gir
Read more