Como una marioneta sin voluntad propia, Celia se sentó sobre sus piernas y comenzó a desabotonar la camisa de César con movimientos mecánicos. Cuando llegó al cinturón, sus manos se detuvieron en seco. El aire acondicionado estaba tan bajo que el frío le calaba los huesos, haciéndola temblar. César, inmóvil, estaba apoyado en el sofá.—¿Por qué te detienes? —preguntó con voz ronca.Ella suspiró hondo. "Celia, considéralo como una mordedura de un perro loco…", pensó ella. Sus dedos se acercaron a la hebilla de metal… Pero, antes de abrirla, él le agarró la muñeca y la tiró hacia sí. Tomada por sorpresa, ella cayó hacia adelante. Justo cuando iba a protestar, su boca se encontró con la de él en un beso violento, sin espacio para ningún rechazo.—Mmm… —Dejó escapar unos gemidos de protesta.A medida que el beso se profundizaba, el asco en su interior crecía. Comenzó a forcejear. César le inmovilizó las manos y la aplastó contra el sofá, enredándose más en ella. En un acto desesperado, Ce
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