“¿No es… la torre de Fernando?”El murmullo del grupo familiar volvió a su cabeza: lo de la “convivencia” no era puro chisme. Sí están viviendo algo. Se le subió la comisura de los labios: “A este paso, en nada estoy cargando a mi sobrino.”Aun así, contuvo el entusiasmo y tecleó, muy formal:—Señorita Miranda, llego en dos horas.“Ahora seguro están comiendo; caer ahorita sería hacer mal tercio. Mejor les dejo tiempo… Qué considerada soy”, se felicitó, divertida.***Casi una hora después, la cocina olía a gloria: caldo de costillitas bien sazonado y fideítos al dente. Ana Sofía salió con cuidado, sosteniendo el tazón humeante de fideos con costilla.Desde el sofá, Fernando ya se había rendido al aroma. Miró el plato, el vapor, el brillo del caldo… y, en lugar de atacar, se recostó con ojos pícaros, observándola.—¿Qué pasa? ¿No huele bien? —preguntó ella, con un hilo de inquietud.—Señorita Miranda, estoy lesionado. No creo poder comer esto —frunció el ceño y alzó el brazo enyesado.
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