Diez años de amor ciego, mejor un despertar
Lo primero que hice al regresar a la gala para elegir esposa fue intercambiar en secreto mi tarjeta numerada de candidata por la de mi hermana adoptiva.
Cuando Fernando Romero tomó el ramo con el número de Lucía Benítez, se le desbordó la alegría en los ojos. Le sostuvo la mano y, solemne, le juró una vida entera.
—Lucía, serás la única mujer de mi vida.
Luego se volvió hacia mí y, de golpe, se le heló la mirada.
—Siempre te vi como a una hermana. No intentes ocupar el lugar de Lucía.
Aquel aviso frío me atravesó el pecho. Las habladurías me devoraron otra vez, igual que en mi vida pasada. Todos se burlaban de mí, la “arrastrada” de Fernando. Diez años detrás de él con el corazón en la mano… y el hombre terminó enamorado de la supuesta heredera, mi hermana adoptiva.