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Elegiste acabar con nuestro bebé para salvar a tu amante

Elegiste acabar con nuestro bebé para salvar a tu amante

By:  GrinCompleted
Language: Spanish
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Con nueve meses de embarazo, un exempleado, que guardaba un profundo rencor tras haber sido despedido para darle ese puesto a mi esposo, me llevó a la fuerza a la azotea del edificio y me asestó decenas de puñaladas. Mi marido, Víctor Escobar, capitán de un escuadrón de rescate, prefirió movilizar a todo su personal para impedir que Raquel Herrera, su exnovia, sumida en una depresión, le prendiera fuego a su departamento. No le supliqué que viniera a rescatarme. En mi vida anterior, precisamente porque lo había llamado suplicándole ayuda, él había dejado desprotegida a Raquel y había ido corriendo a salvarme. Mi bebé y yo logramos sobrevivir, pero ella, después de prenderle fuego a su departamento, murió consumida por el incendio. En apariencia, Víctor no me había guardado ningún rencor. Incluso llegó a reservarme una suite de maternidad privada. Sin embargo, el mismo día que di a luz, me amarró ¡y nos acuchilló sin piedad, a mí y a mi bebé recién nacido! —¡Ese día tú y ese tipo se pusieron de acuerdo para engañarme, ¿no es así?! ¡Tus «heriditas» no eran nada graves! ¡Ni de chiste te ibas a morir! —exclamó, fuera de sí—. ¡Pues, si tanto te encanta que te apuñalen, entonces, te daré el gusto! Cuando volví a abrir los ojos, había regresado al día en que me habían tomado como rehén. Pero, esta vez, tomé una decisión: lo dejaría correr para salvar a su Raquel.

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Chapter 1

Capítulo 1

Con nueve meses de embarazo, un exempleado que odiaba a mi esposo, debido a que había tomado el puesto que él antes tenía, me secuestró en la azotea del edificio, en donde me apuñaló decenas de veces.

Mientras tanto, Víctor Escobar, mi marido y capitán del equipo de rescate, movilizaba a todo su personal para impedir que Raquel Herrera, su exnovia depresiva, incendiara el departamento que rentaba.

No le rogué que viniera a salvarme.

En mi vida anterior, justo porque lo había llamado suplicándole su ayuda, había abandonado a Raquel y había corrido a socorrerme.

Mi bebé y yo sobrevivimos, pero ella, tras prenderle fuego al lugar, murió entre las llamas.

Víctor no me culpó abiertamente; incluso me reservó una suite de maternidad privada. Pero el día del parto, me ató y nos apuñaló a mí y a mi bebé, ¡decenas de veces!

—Ese día te pusiste de acuerdo con él para engañarme, ¿no es así? ¡Tus heridas no eran nada del otro mundo! ¡Ni de chiste ibas a morir! —exclamó fuera de sí—. ¡Pues ya que te gusta que te apuñales, entonces te concederé tu deseo!

Al abrir los ojos de nuevo, había vuelto al día del secuestro.

Pero, esta vez, tomé una decisión: lo dejaría ir a salvar a su verdadero amor.

...

Cuando Carlos, el exempleado, me había apuñalado ya cinco veces, la sangre carmesí empapaba mi vestido blanco.

—Llama a Víctor —me ordenó, apuntándome al cuello con el cuchillo ensangrentado.

Dudé un instante y, pálida, marqué su número.

—Carlos me tiene secuestrada… Me apuñaló cinco veces… en la azotea de nuestro edificio. Tienes que venir a rescatarme, ¡rápido!

Hubo un silencio al otro lado; su tono, lejos de la preocupación que esperaba, destilaba una indiferencia absoluta:

—Vaya, ¡qué oportuno! Justo cuando Raquel está al borde del colapso y quiere quitarse la vida, a ti te da por dejarte «apuñalar». ¿Cómo que te secuestró Carlos? Mantuve nuestra nueva dirección en secreto, ¿cómo demonios va a saber dónde vivimos? Mira, la próxima vez que quieras montar un numerito, por lo menos invéntate algo más creíble, ¿quieres?

Sus palabras, desprovistas de toda calidez, me llegaban a través dl auricular mientras los ojos oscuros y llenos de arrugas de Carlos se encendían con un odio más intenso, mientras su mano apretaba el arma como advertencia.

Un hilo de sangre brotó de mi cuello.

Quería gritar de terror, pero me esforcé por mantener la compostura.

—No quiero evitar que vayas a salvar a Raquel… Si no me crees, puedes mandar a un par de tus compañeros a que echen un vistazo…

—¡Suficiente! —me interrumpió Víctor con impaciencia—. Deja de actuar. No tengo tiempo para tus juegos. Tengo que salvar a Raquel.

Hizo una pausa y luego le ordenó al operador del 911:

—Registren «apuñalamiento en la azotea» como reporte falso. Si alguien llama para informar sobre eso, ¡ignórenlo!

La llamada se cortó con una súbita crueldad.

El odio en la mirada de Carlos se intensificó aún más, y la desesperación volvió a oprimirme el pecho, dejándome sin aliento.

«No puedo creer que Víctor sea capaz de llegar a este extremo.»

En mi vida anterior, cuando Carlos, resentido con mi esposo, me había secuestrado, también había comenzado dándome cinco puñaladas.

Aterrada por la idea de perder a mi bebé, llamé a Víctor innumerables veces, rogándole que acudiera en mi ayuda.

Él cedió a mis súplicas y, finalmente, corrió a rescatarme.

Raquel, al enterarse, sufrió un colapso emocional, prendió fuego al departamento que rentaba y murió calcinada.

Esa noche, noté a Víctor extraño. Le pregunté si estaba enojado y él, rápidamente, cambió su expresión impaciente por una sonrisa, mientras me acariciaba el vientre con ternura.

—Jamás me enojaría contigo. Si murió, fue su culpa. Tú no te preocupes, mi amor, concéntrate en tener a nuestro bebé.

Durante ese tiempo, me cuidó con esmero. Yo, con ingenuidad, llegué a pensar que había recapacitado.

Hasta el día del parto, cuando me ató a la cama del hospital y, con los ojos llenos de rabia, apuñaló a nuestro bebé en repetidas ocasiones, exigiendo que ambos bajáramos a disculparnos con Raquel.

—¿Qué mal te hacen «unas cuantas cuchilladas»? No te ibas a morir. ¿Por qué me forzaste a ir por ti ese día? Si no me hubieras engañado, diciendo que estabas grave, no habría dejado a Raquel a su suerte. Fui un idiota al creerte. Ella murió sola, y le aterrorizaba la soledad. ¡Imagina lo desesperada que debió sentirse! —exclamó, fuera de sí—. Sara, tú querías tanto un hijo, ¿no? Pues ahora sabrás lo que es perder a la persona que más amas.

Víctor lo apuñaló una y otra vez; convirtiendo el pequeño cuerpo de mi bebé en una masa amorfa de carne y sangre.

Desesperada, intenté explicarle que la situación había sido crítica, ¡pero solo conseguí que se ensañara más!

No me creía en absoluto.

Recuerdo que, antes de morir, el cuerpecito frágil de mi bebé, gestado durante nueve meses, no tenía un solo trozo de piel intacta. Incluso se le veían los huesos.

Después de matar a nuestro bebé, Víctor prendió fuego la suite de maternidad privada, condenándome a morir quemada, como una «dulce» ironía.

El recuerdo de mi vida anterior, de esa sensación de absoluta desesperanza, casi consumió la poca cordura que me quedaba.

Al ver que no lograba que Víctor viniera, Carlos, con la mirada encendida por la furia, me dio diez puñaladas más.

Un flujo tibio me recorrió los muslos y goteó sobre el suelo oscuro de la azotea.

En ese momento, apareció mi suegra, Pilar, quien, al verme cubierta de sangre, palideció, a punto de desplomarse.

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