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Capítulo 2

Author: MIA
Al verme tan tranquila, el rostro de Samuel se ensombreció aún más.

Me arrojó encima la ropa interior sucia que acababan de cambiarse.

—Judith está embarazada, no puede tocar agua fría. Lava todo esto, y recuerda, solo con las manos.

Tomé aquellas prendas, apretando los labios con fuerza.

—Pero en la casa hay sirvienta.

—Cierto, casi lo olvido si no me lo recuerdas.

Samuel hizo un gesto hacia la criada que estaba al lado.

—Vigílala mientras lava. No permitas que se haga la perezosa.

Sabía que, pasara lo que pasara, no pensaba dejarme en paz, así que me marché en silencio con la ropa en brazos.

Hace cinco años, cuando luché contra los secuestradores, también me cortaron la mano, dejando una cicatriz horrible oculta bajo la manga.

Hasta hoy, aquella cicatriz aún me duele cuando toca el agua fría.

Aguanté el escozor y, sin querer, recordé cuando Samuel más me amaba.

Entonces él no era más que un empleado común, y en casa no había sirvienta que se encargara de las tareas como ahora.

Aun así, por muy cansado que llegara del trabajo, jamás me dejaba hacer estos trabajos sucios y pesados.

Cuando terminé de lavar la ropa, volví a la casa y vi a Judith sentada en las piernas de Samuel, dándole de comer fruta con ternura.

Podía notar que Judith no era como las otras mujeres para él.

Samuel nunca dejaba que sus amantes pasaran la noche en casa, y mucho menos que quedaran embarazadas.

Judith se parecía mucho a mí, pero tenía un carácter más dulce y encantador; quizás eso era lo que le gustaba.

—Desde hoy, Judith vivirá en tu habitación. Tú dormirás en la de huéspedes.

Samuel dio la orden.

No respondí, solo regresé a mi habitación para empacar mis cosas.

Pero antes de que terminara, Judith entró con una sonrisa y empezó a dar vueltas feliz por la habitación.

—Me encanta este lugar, ¡desde la ventana se ve el jardín!

De pronto, su mirada se detuvo en la cabecera de la cama, donde estaba un viejo muñeco de trapo.

Mi corazón dio un vuelco; instintivamente quise tomarlo, pero Judith se me adelantó.

—Este muñeco es muy tierno, ¿puedo quedármelo?

Extendí la mano enseguida y lo sujeté con fuerza.

—Judith, tú lo sabes bien, este muñeco lo cosió mi mamá con sus propias manos.

Puedes tener lo que quieras, menos esto.

Judith miró a Samuel con gesto mimado.

—Pero a mí me gusta.

Samuel me miró entonces, con voz grave.

—Elena, dáselo.

—No.

Apreté los labios, negándome a soltarlo sin importar qué.

Al ver que no cedía, Samuel se acercó y trató de arrancármelo. Con un sonido seco, me empujó con fuerza, haciéndome caer al suelo, mientras el muñeco se rompía en dos.

Mi cabeza golpeó el borde del armario y un dolor agudo me nubló la vista.

—Dios mío, cariño, qué brusco… pobre muñeco, quedó destrozado.

Samuel acarició con ternura la cabeza de Judith.

—No importa, solo era un muñeco viejo. Si te gusta, te compraré cien más.

—Todo lo que quieras, te lo daré.

Judith rio complacida, tirando de él para volver a la sala a seguir comiendo fruta.

Solo quedé yo en la habitación, mirando el muñeco roto en el suelo, con las lágrimas cayendo en silencio.

Recogí todo sin decir palabra y me mudé al pequeño cuarto de huéspedes.

Saqué el teléfono y marqué un número.

—Hola, sobre el proyecto de apoyo médico en la zona epidémica que solicité antes, ya lo pensé bien. Estoy dispuesta a unirme.

—Excelente, gracias por su apoyo, señorita Cáceres. Justo ahora necesitamos más personal.

—El proyecto durará bastante tiempo y la zona es remota. Puede aprovechar este tiempo para despedirse de su familia; dentro de dos semanas iremos a recogerla.
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