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Capítulo 2

Author: Copita
Al día siguiente fui a una joyería a escoger un regalo para César, en agradecimiento por la pulsera que me había mandado.

Su forma bestial era la de una serpiente negra con ojos esmeralda, así que elegí unos gemelos de serpiente con piedritas verdes como pupilas.

Mientras pagaba, me cruzó un pensamiento amargo: al menos iba a casarme con alguien de una de las familias más poderosas, con dinero y autoridad de sobra. ¿De qué me quejaba, entonces?

Estaba por salir cuando una voz chillona me sacó de golpe de mis ideas.

—Ay, Alba, qué contradicción la tuya. Dices que no quieres ser la esclava de Gabriel, pero en secreto gastas una fortuna en su regalo de cumpleaños. Esa astucia... yo nunca la tendría.

Camila se pegaba al pecho de Gabriel, con la misma sonrisa triunfal de siempre.

Solo entonces caí: claro, hoy era el cumpleaños de Gabriel.

Ellos estaban convencidos de que el presente era para él.

Gabriel me lanzó una mirada de desprecio, fijándose en los gemelos que aún tenía en la mano.

—Y yo que pensaba que todavía te quedaba algo de orgullo. Al final, con tal de no caer en manos de un errante, terminas rebajándote conmigo. Pero estos gemelos son horribles, no me gustan. Mejor cámbialos por unos de lobo plateado.

Le contesté seca, sin rodeos:

—No son para ti. Es un regalo para mi prometido.

Gabriel soltó una carcajada áspera, como si hubiera escuchado la mayor tontería del mundo.

—No sigas fingiendo. Ya tienes veinticinco años, ¿quién en su sano juicio querría casarse contigo? Si no fuera por mí, ni siquiera tendrías la oportunidad de ser esclava.

Los ojos de Camila brillaron con malicia al señalar la tienda de al lado, donde marcaban a los esclavos.

—Gabriel, aquí mismo podrían marcar a mi hermana. Así ya no tendría de qué asustarse. ¿Por qué no lo hacemos ahora mismo?

Él le acarició la nariz con ternura.

—Camila, siempre tan generosa.

Después me miró con esa soberbia suya, creyéndose un benefactor.

—Vamos, ¿qué esperas?

En medio del local ardía un brasero cargado de brasas, y al lado se alineaban hierros candentes con insultos grabados en la punta.

Los esclavos gritaban apenas el metal les rozaba la piel; ni los más fuertes podían aguantar en silencio.

Gabriel se removió incómodo, pero no movió un dedo para detener a los guardias que Camila mandó a sujetarme.

Y ahí lo entendí: el Gabriel que de niña me juraba protegerme, el que prometía que nunca dejaría que me hicieran daño... ya no existía. Quizás nunca había existido.

Camila me sujetó con fuerza, sin la más mínima fragilidad de la que tanto presumía.

Con una sonrisa torcida dijo:

—Déjenme escogerle a mi hermana una marca bien bonita.

Sus ojos repasaron los hierros al rojo vivo hasta detenerse en uno que tenía grabado "Perra".

Lo levantó con una sonrisita y se me vino encima, casi saltando, en plan juego.

—Sí, este te queda perfecto, querida.

Me sacudí con todas mis fuerzas y logré soltarme apenas un instante de los guardias.

Ni siquiera la rocé y ya Camila se dejó caer hacia atrás.

El hierro se le resbaló de la mano; la chispa le tocó apenas la piel.

Se cubrió enseguida y rompió a llorar.

—¡Yo solo quería ayudar a librarte de los errantes, y intentaste quemarme!

No tuve ni un segundo para defenderme.

Gabriel entró fuera de sí, los ojos desbordados de furia.

Me empujó contra el brasero y mi mano cayó sobre un carbón al rojo vivo.

El dolor me atravesó como un rayo y me arrancó el aire.

Apenas logré apartarla, temblando, cuando otra bofetada me estalló en la cara.

Gabriel me pegó con rabia, con el odio marcado en la mirada.

—¡Alba, eres detestable! —escupió—. Y pensar que ella todavía te defendía delante de mí. ¿Cómo pudiste tratar así a tu hermana? ¡Pídele perdón ahora mismo!
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