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Capítulo 2

Penulis: Palomita
Me quedé paralizada, incapaz de creer que José fuera tan despiadado.

Por su exnovia, me había dejado a mí, a su propia esposa, morir al vapor, mientras se iba de viaje con ella sin preocuparse por mí. Y ahora planeaba echar de la casa a su propio hijo con el fin de complacerla.

Los ojos de Luciana destellaron con inmensa alegría. Siempre había visto a Manolo como un obstáculo, temiendo que heredara la fortuna de José, por lo que, las decisiones que él estaba tomando caían perfectamente en sus planes.

—José —murmuró, abrazándolo, conmovida—, te prometo que te daré los hijos más inteligentes y adorables.

Él resopló con desprecio.

—No lo dudo. Una mujer capaz de comer sus propios excrementos para sobrevivir no puede tener buenos genes. Solo tú eres perfecta. —Su tono era desdeñoso—. Que se quede encerrada unos días más para que aprenda la lección. En unos días más la sacaré y me divorciaré de ella.

Quise reírme con sarcasmo, pero mi garganta no fue capaz de emitir sonido.

José tenía razón: yo realmente quería sobrevivir.

Dentro de la vaporera, había luchado frenéticamente intentando empujar la tapa para conseguir una oportunidad de vivir. Pero, a pesar de todos mis esfuerzos, la tapa no se había movido. Por esto, me había encogido tratando de minimizar la superficie expuesta al vapor y al agua caliente, intentando sobrevivir.

Hasta que la luz de mis ojos se apagó, sin que pudiera ver a José liberándome. Durante todo ese tiempo, nadie se acercó a la habitación.

Después de morir, mi espíritu salió de la vaporera. Al ver los tres cerrojos firmes que la aseguraban, comprendí que mi esperanza de sobrevivir había sido aplastada desde el momento en que me encerraron.

En ese instante, José llamó al mayordomo y le ordenó:

—Ve a sacar a ese bastardo y que venga a disculparse con Luciana. No puedo esperar a echarlo de aquí. El aire se contamina con su presencia.

El mayordomo tomó las llaves en silencio, sin mirar a José, y se dirigió hacia el cuarto de trastos.

José, furioso por la actitud del mayordomo, estaba a punto de estallar cuando Luciana lo detuvo con voz suave:

—José, el mayordomo ya es mayor, no es adecuado que siga trabajando. Después contrataremos a alguien más joven, eficiente y a nuestro gusto.

Las palabras de Luciana llegaron al corazón de José, quien la abrazó, diciendo:

—Luciana, solo tú me entiendes. ¡Qué bueno es saber que, después de tantas vueltas, sigues a mi lado!

Así era, después de tantas vueltas, José no había podido olvidar a su primer amor.

Cuando Luciana lo abandonó y decidió irse al extranjero, José quedó devastado por mucho tiempo. Fui yo quien lo acompañó y lo aconsejó, introduciéndome poco a poco en su vida, ayudándolo a superar su desamor. Fui yo quien estuvo a su lado cuando fundó su empresa, y, mientras otras compañías quebraban, la nuestra resistió la presión y floreció espléndidamente.

Nos casamos cuando nuestro amor estaba en su punto más álgido, cuando más nos necesitábamos el uno al otro… y pronto quedé embarazada.

Pero, antes de poder darle la noticia a José, me enteré del regreso de Luciana.

Ese mismo día, José no volvió a casa, alegando trabajo extra en la empresa.

Mirando la sala vacía, mi corazón se fue enfriando. En temporada baja, ¿qué podría justificar que José trabajara hasta tan tarde sin volver a casa?

En la madrugada, José publicó en redes sociales una foto de las clavículas de una mujer adornadas con un collar de diamantes en forma de infinito. El texto decía: «Sin importar cuándo, siempre estoy aquí.»

Yo estaba en casa, en el lugar donde José solía estar.

Pero ¿dónde estaba él?

Desde entonces, comenzó a evitar quedarse a solas conmigo y, frecuentemente, no volvía a casa con la excusa de que tenía trabajo acumulado. Incluso, había usado sus contactos personales para acomodar a Luciana —recién regresada sin experiencia ni contactos—, en nuestra empresa.

Por esto, tuvimos una fuerte discusión. Podía tolerar que sintiera nostalgia por su juventud y cierta melancolía por Luciana, pero no podía aceptar que la pusiera a mi lado, en la empresa que habíamos fundado juntos.

Frente a mi histeria, me dio una fuerte bofetada que me hizo caer al suelo:

—¡María, ¿puedes dejar de ser tan paranoica?! Luciana es muy capaz y acaba de regresar sin tener dónde establecerse. ¿Qué tiene de malo que le dé un trabajo? ¡Deja de juzgarme con tu mente sucia y ocúpate de tus asuntos!

Dicho esto, se vistió y se fue sin más, sin ver la sangre que brotaba de entre mis piernas. Soportando el intenso dolor, apenas pude llamar a emergencias antes de desmayarme.

Al abrir los ojos, el olor penetrante a desinfectante del hospital inundó mis fosas nasales, incomodándome. José estaba arrodillado junto a mi cama, sosteniendo mi mano entre lágrimas:

—María, perdóname. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? Perdí la cabeza, por favor, perdóname... —suplicaba—. Te juro que no hay nada entre Luciana y yo. En cuanto se establezca, cortaré todo contacto con ella.

Giré la cabeza para mirar a mi hijo Manolo, algo débil por el parto prematuro, pero que dormía tranquilamente, y decidí darle a José otra oportunidad.

No quería que mi hijo creciera sin padre.

Pero José rompió su promesa. No pudo resistirse a su primer amor, tolerando sus caprichos, cedió cada vez más, hasta que terminaron en la cama.

En el presente, Luciana, conmovida por sus palabras, estaba a punto de ponerse de puntillas para besarle la mejilla cuando el mayordomo entró corriendo frenéticamente:

—¡Señor, Manolo se ha ahorcado!

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