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Capítulo 5

Author: Stefany
El próximo mes estaba a punto de llegar y el tiempo de Camila se agotaba.

Aún tenía muchas cosas que hacer y no quería desperdiciar su valioso tiempo, encerrada en un castigo. Así que, con el orgullo herido, agachó la cabeza. Buscó a Gabriel y, mordiéndose el labio, admitió su supuesto error:

—Tío, he reflexionado. Todo fue mi culpa, te pido disculpas.

Gabriel mantuvo su rostro frío. Su mirada hacia ella ya no mostraba el cariño y la ternura de antes, mientras decía:

—No es a mí a quien debes pedirle disculpas, sino a Paula.

Con los labios mordidos hasta sangrar, y con el sabor metálico llenándole la boca, descubrió con amargura que él ya había entregado toda su ternura y cariño a otra mujer.

—¡Bien! ¡Lo haré! —sus emociones eran tan intensas que todo su cuerpo temblaba sin control—. ¡Tía, lo siento!

La palabra —«tía»— dejó al hombre paralizado por un momento.

Sus pupilas temblaron ligeramente, por un instante, sin poder creer lo que acababa de oír.

—¿Ahora estás satisfecho, tío? —Camila sonrió con una expresión rota. Pero mientras sonreía, sus ojos se enrojecieron—. ¿Estás contento?

Gabriel debería haberse sentido satisfecho, pero por alguna razón, al ver a su rosa consentida disculpándose, al oírla llamar «tía» a Paula, se sintió profundamente incómodo. Por lo que apartó la mirada, sin atreverse a mirarla un segundo más, y, con frialdad, respondió:

—A partir de hoy, te mudarás a la planta baja.

Camila se quedó atónita por un momento, pero pronto comprendió: él había creído las palabras de Paula.

«Tío, ¿realmente me ves como una pervertida que se esconde fuera de tu dormitorio para escuchar cómo te intimas con otra mujer?», pensó. «¿Así es como me ves?»

Una sensación de frío la invadió nuevamente, mientras todo giraba a su alrededor, a punto de desmayarse.

Sin embargo, no cayó.

Se sostuvo contra la pared detrás de ella y, apretando los dientes, se obligó a mantenerse de pie.

—Bien —asintió.

Si su tío quería que se mudara abajo, lo haría. De todos modos, le quedaban pocos días de vida.

Al atardecer, Camila volvió a conducir hasta el laboratorio de criogenización. Quería discutir con el responsable sobre el lugar en el que sería almacenado su sarcófago una vez fuera congelada.

—Vi en los documentos que tienen una sala de almacenamiento de sarcófagos en el fondo del mar, ¿es cierto? —preguntó Camila.

—Por supuesto —respondió el hombre—. De hecho, la mayoría de nuestras salas de almacenamiento están en el fondo del mar. Porque en tierra, mantener los sarcófagos a varios cientos de grados bajo cero requiere un enorme consumo de electricidad. En cambio, si los colocamos en el fondo del mar, donde la temperatura ya es naturalmente baja, el consumo se reduce considerablemente.

—Perfecto — sonrió Camila—. Quiero que mi sarcófago sea almacenado en el fondo del mar.

—¿Puedo preguntar por qué?

Camila sostuvo la sonrisa.

—Porque allí, las estrellas no pueden encontrarme.

Esa estrella había sido un regalo de su tío. Cuando se la dio, le había prometido que, sin importar dónde fuera, la estrella la seguiría, protegiéndola eternamente en su lugar.

Pero ahora, su tío ya no la quería.

Y ella estaba a punto de morir.

Sería demasiado triste para una estrella vigilar un cuerpo que nadie amaba, así que decidió liberarla, hundiendo su cuerpo donde no pudiera verla, marchándose en silencio sin causar más problemas.

Para evitar encontrarse con Paula, Camila regresó a casa deliberadamente tarde. Sin embargo, cuando llegó, encontró la villa completamente iluminada. Gabriel la esperaba sentado en la sala, con expresión sombría.

—Tío, ¿qué sucede? —preguntó Camila confundida. No entendía qué había hecho mal esta vez. Había estado fuera todo el día.

Gabriel arrojó un montón de documentos frente a Camila y, conteniendo su ira, exigió:

—Camila, ¡dime qué es esto!

Camila bajó la mirada y entre los documentos esparcidos por el suelo, vio su diagnóstico de cáncer.

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