Paula, como si no pudiera mantenerse en pie, se desplomó débilmente en los brazos de Gabriel, y, con lágrimas en los ojos y voz entrecortada, dijo:—Gabriel, no culpes a Camila, todo es mi culpa. No debí salir así vestida a buscar agua. Pensé que, siendo tan tarde, ella ya estaría dormida. Por eso no me puse la bata. ¿Quién iba a imaginar que justo al abrir la puerta me la encontraría de frente? Cuando vio las marcas en mi cuerpo, empezó a insultarme… dijo que no tenía vergüenza, que una mujer tan indecente como yo no merecía estar contigo. Con unas pocas frases, había pintado a Camila como una pervertida mental que no dormía por la noche, acechaba en la puerta de su tío para escuchar a escondidas, y que luego, llena de celos, golpeaba a su prometida...—Está mintiendo, ¡yo no la insulté! —protestó Camila, con los ojos enrojecidos—. Fue ella quien me provocó deliberadamente con lo de mis padres, e incluso... incluso... ¡ llamó loca a mi madre!Cuando estaba en la escuela primaria,
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