Capítulo 1

Al escuchar la respuesta de Juan Torres, cerré los ojos, conteniendo las lágrimas que amenazaban con caer.

La verdad es que este resultado no me tomó por sorpresa, ya que me lo esperaba.

Después de todo, sabía el lugar que Ana ocupaba en su corazón, uno que nunca en la vida podría ser reemplazado.

La primera vez que pospuso la boda, fue porque Ana se torció el pie.

La segunda vez que lo hizo, también fue por el mismo motivo.

Hubo una tercera, cuarta, y así hasta ese día, que ya era la séptima vez.

Con la misma excusa, ella lo había hecho siete veces seguidas, sin siquiera molestarse en disimular un poco.

¡Y para colmo, Juan se lo creyó todas y cada una de las veces!

Trató nuestra boda como si fuera una broma, posponiéndola una y otra vez.

Contuve la tormenta de emociones en mi pecho y, sin poder aceptarlo, le cuestioné:

-Juan, no me puedo creer que no te des cuenta de que lo hace a propósito. Cada vez que estamos a punto de celebrar nuestra boda, ella se tuerce el pie. ¿Acaso es posible que haya tantas coincidencias?

Las manos del joven seguían pelando la manzana con movimientos suaves, sin mostrar la más mínima preocupación, el sonido que hacía era como agujas clavándose una tras otra en mi corazón, causando un dolor insoportable.

-¿Y qué importa? Incluso si hay una posibilidad entre un millón, no puedo ignorarla. Sabes bien que Ana es bailarina. Si realmente se lastimara el pie, ¡se arruinaría su vida entera!

Al escuchar sus palabras, sentí una amargura y desolación profundas.

Siempre tenía ojos para ella, pero nunca se había preocupado por mí, ni siquiera un poco.

Claramente, antes no era así.

Él estaba siempre atento a mí: sabía que me gustaba quedarme dormida por las mañanas, así que me traía el desayuno; sabía cuándo venía mi período y se encargaba de comprarme las toallas femeninas antes de que yo siquiera recordara la fecha. Pero todo eso cambió cuando Ana Flores apareció de repente.

Dejé de ser importante para él, dejé de ser la única.

No podía aceparlo, había estado tras él durante diez años, ¿cómo podíamos acabar así, sin más?

Mis padres me aconsejaron que terminara con él, mis amigas me decían que me casara con otro.

No es que no haya pensado en rendirme.

Pero cada vez que estaba a punto de soltarlo, Juan hacía algo que me conmovía y me hacía seguir esperando.

Hasta el momento, ya le había dado siete oportunidades.

Pero esa vez lo tenía claro: no quería seguir esperando como una tonta.

Juan terminó de pelar la manzana y se la entregó a Ana, quien le dio un mordisco y, con arrogancia, alzó la cabeza hacia mí, con una mirada desafiante.

-Sara, lo siento mucho. Otra vez por mi culpa han tenido que posponer la boda. Aunque el doctor dijo que mi pie no tiene nada grave, Juan insistió en que no estaba bien y quiso que me quedara en el hospital unos días para cuidarme. La próxima vez que planeen celebrar la boda, tendré más cuidado para no molestarles de nuevo.

En ese momento, incluso alguien tan despistada como yo podía notar la provocación en las palabras de la joven. Si fuera anteriormente, quizás me habría enojado y discutido con ella por eso. Luego, ella actuaría como la víctima inocente, haciendo que Juan me regañara por eso.

Incluso le daría una excusa para quedarse en el hospital y cuidarla. Esa, era su táctica habitual.

De repente, me di cuenta de que ya la conocía hasta este punto.

La última vez que nos vimos, derramó vino sobre su vestido y dijo que lo había hecho yo. Eso hizo que Juan no me hablara en un buen tiempo, y conseguí que me perdonara solo después de que yo lavara la ropa que supuestamente había manchado.

La vez anterior, Ana cometió un error durante una presentación, y dijo que yo había puesto piedritas en sus zapatos de baile, haciendo que no pudiera desempeñarse bien, ante lo cual Juan me obligó a pedirle disculpas.

Ahora que lo pienso, todos estos incidentes ya eran suficientes hacerme ver bien nuestra relación. Fui tan tonta que no quise aceptarlo ni entenderlo.