Elena, en cambio, se mostró encantada.—¡Sofía, has venido! Pasa, siéntate acá.Sofía se acercó al otro lado de la cama, dejó las flores y las frutas, y preguntó con amabilidad.—Elena, supe que estaba hospitalizada y quise visitarla. ¿Cómo se siente ahora?—Mucho mejor. ¿Afuera hace mucho frío, verdad?Elena miró a Alejandro con un leve reproche.—Enciende el aire acondicionado. ¿Es que no ves que tiene las manos heladas?Sofía negó suavemente.—No se preocupe, no tengo frío.Elena tomó sus manos entre las suyas, con genuina preocupación.—¿Cómo que no? Tus manos están congeladas. Debes abrigarte bien al salir.Un calorcito le llenó el corazón de Sofía.Ese cariño de madre que nunca tuvo de la suya, lo encontraba en Elena.Durante esos ocho años con Alejandro, Elena siempre había sido bondadosa con ella.Aunque fuera por amor a su hijo, Sofía lo agradecía profundamente.—No se preocupe, tengo buena salud.—Eso es porque aún eres joven. Si no te cuidas ahora, de mayor sufrirás las cons
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