De la sombra a su luz
El día que íbamos a casarnos, mi novio, Damián Cruz, envió a unos hombres para que me echaran del registro civil y entró del brazo de Luna Mendoza.
Al verme sentada en el suelo, paralizada por la incredulidad, ni siquiera pestañeó y dijo:
—El hijo de Luna necesita un apellido presentable para el futuro, para que pueda acceder a los círculos de élite y los mejores colegios. Es solo un trámite. Una vez que solucionemos esto, me caso contigo.
Todo el mundo pensó que yo, la siempre devota, aceptaría esperarle obedientemente otro mes más.
Después de todo, ya lo había esperado durante siete años.
Pero esa noche, hice algo impensable:
Acepté el matrimonio que habían arreglado mis padres y me fui del país directamente.
Tres años después, regresé a visitar a mis padres.
Mi marido, Vicente del Toro, era ahora el presidente de una corporación multinacional. Como tenía una reunión urgente de última hora, envió a un empleado de la sucursal local a recogerme al aeropuerto.
Y para mi sorpresa, ese subordinado era nada más y nada menos que Damián, a quien no veía desde hacía tres años.
Sus ojos se clavaron al instante en la deslumbrante pulsera de mi muñeca:
—¿Esta es la copia barata de la pulsera por la que el señor del Toro pagó cinco millones para su esposa? Nunca pensé que te volverías tan superficial estos años.
—Ya basta de rabietas. Vuelve. El hijo de Luna ya está en edad escolar, serás perfecta para llevarlo y traerlo.
No dije nada, solo acaricié la pulsera. Él no sabía que esta era la más barata de todas las que Vicente me había regalado.