El Regalo Mortal para Mi Familia
Morí el día de mi cumpleaños, pero ni mis papás ni mi esposo se dieron cuenta. Todos estaban de lleno en los preparativos de la fiesta de cumpleaños de mi hermana gemela, Alicia Gonzáles.
Mientras todos la rodeaban para escoger su vestido de gala, a mí me habían amarrado de pies y manos y me habían arrojado al sótano.
Con las últimas fuerzas que me quedaban y con los dedos ya torcidos, logré marcar el 9395, la señal que Sergio Sandarti y yo habíamos acordado para pedir ayuda en caso de peligro. Nunca imaginé que llegaría el día de tener que usarla de verdad.
Pero Sergio no me creyó. Respondió con frialdad: “¿De verdad haces tanto drama nada más porque no te llevamos a comprar un vestido nuevo? El del año pasado todavía te queda bien. Nos vemos más tarde en la fiesta, deja de hacer escándalo”.
Él no sabía que mi vestido ya lo había destrozado Alicia. Tampoco sabía que, en cuanto colgué la llamada, yo ya estaba muerta.
Así que no asistí a la fiesta de cumpleaños.
Pero cuando todos vieron el regalo que yo había preparado con anticipación para Alicia, se volvieron locos.