Servir, jamás; reinar, siempre. ¡Me coroné!
El día que Valeria perdió al bebé, Daniel y su hijo estaban acompañando a Emilia, para ver su función favorita.
—Siempre hacías el mismo drama, ¿no te cansabas?
—Papá, cámbiame de mamá, ¡qué fastidiosa!
En su cumpleaños, Valeria regresó del hospital y encontró a su esposo, el hombre al que amaba, celebrándole a Emilia.
El hijo por el que casi entregó la vida juraba que iba a proteger a la mujer que le había arrebatado todo.
Valeria sonrió con los ojos rojos y salió, por fin, de la jaula de un matrimonio que la había tenido presa cinco años.
Padre e hijo creyeron que, lejos de los López, ella no iba a sobrevivir. No imaginaron que se convertiría en alguien a quien ya no podrían siquiera alcanzar:
—¡Señor López, el auto que diseñó la señora Valeria quedó número uno en ventas a nivel nacional! ¡Arrasó con la línea del Grupo López!
—¡Señor López! ¡La señora ganó el campeonato mundial de diseño con inteligencia artificial!
—¡Señor López! ¡La invitó el presidente de un país extranjero a una cena de Estado!
Daniel se arrepintió hasta el dolor. Se arrodilló junto con su hijo y le suplicó que volviera:
—Amor, te lo ruego, ámame una vez más. Si regresas, hago lo que sea… aunque sea convertirme en tu perro.
Pero, del otro lado de la puerta, un hombre de belleza impecable, con un collar de cuero al cuello, se arrodilló sobre una rodilla. Enroscó una correa con diamantes en la palma de Valeria y la miró con una devoción desquiciada:
—Mi dueña, desde hoy me someto solo a ti. Por favor, recíbeme.