El amor no se puede forzar
Después de mi muerte, mis padres firmaron el consentimiento para donar mis órganos, por lo que mi retina terminó en el cuerpo de Carina Fernández, la hija adoptiva que más amaban.
Tras esto, Carina se casó con mi propio hermano. Por fin, se convirtieron en una verdadera familia.
Pasé toda una vida compitiendo con ella, solo para acabar sin nada, sola, con un destino miserable.
Pero, al renacer, decidí vivir mi vida para mí.
Y, contra todo pronóstico, el camino me llevó a una felicidad inesperada.