Cuando me tuviste, no me viste
Dos semanas antes de la boda, Nelson decidió posponerla una vez más.
—Ivana inaugura su primera exposición de arte ese día —me dijo—. Estará sola y nerviosa. Tengo que estar ahí para apoyarla. Al final, tú y yo ya estamos juntos, ¿qué más da casarnos un día antes o después?
Pero ya era la tercera vez que aplazaba nuestra boda por aquella mujer.
La primera, Ivana acababa de operarse y sentía nostalgia de la comida de su tierra, por lo que Nelson no dudó en viajar al extranjero y quedarse con ella durante dos meses.
La segunda, Ivana decidió irse al bosque en busca de inspiración para pintar y él, preocupado por su seguridad, fue tras ella.
Esta era la tercera.
Colgué la llamada y miré a César, mi amigo de toda la vida, quien se encontraba sentado frente a mí, relajado, jugando con su bastón de esmeralda, cuyo golpeteo en el piso de mármol rompía el silencio entre nosotros.
—¿Todavía necesitas esposa? —le pregunté, sonriendo con picardía.
El día de mi boda, Ivana sonreía radiante, copa en mano, esperando el brindis del hombre a su lado.
Pero él, con los ojos rojos, observaba en silencio la transmisión en vivo de la boda del heredero del Grupo Santos, el imperio inmobiliario más grande del país.