Todas las Flores que No Fui
Llevo diez años casada con Nicolás. He conocido a cada una de sus novias. Cada vez que se aburría y quería cambiar, yo era su mejor pretexto para terminar con ellas:
—Si te casas conmigo, vas a terminar igual que ella. Nos acostumbraríamos tanto el uno al otro que se perdería toda la emoción.
En nuestro aniversario de bodas, yo le secaba las lágrimas a la universitaria que acababa de dejar, mientras él llevaba a su nueva conquista al cine. Cuando se acabó el paquete de pañuelos, fue como ver un reflejo de mi pasado.
Así que le pedí el divorcio.
Su reacción fue de una confusión genuina, algo raro en él.
—¿No vas a esperar un poco más? Tal vez lo nuestro pudo funcionar.
Le dediqué una sonrisa vaga, sin responder, y compré un boleto de avión para cruzar el océano. Ya no podía esperar a que cambiara, así que decidí dar el primer paso.