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Capítulo 3

ผู้เขียน: Estela
Ya entrada la madrugada, Mariana no podía pegar un ojo.

Con la boca seca, salió de la habitación para servirse un vaso de agua. Al pasar frente al cuarto de Emilio, vio que la puerta estaba entreabierta, dejando escapar una luz cálida y tenue.

Después de aquella llamada que escuchó la noche anterior, Mariana había puesto como excusa sentirse mal y se mudó a la habitación de invitados.

Ahora, desde el dormitorio de Emilio, se filtraba un sonido leve.

Un sonido demasiado íntimo.

Poco después, la respiración entrecortada de Emilio rompió el silencio.

—Luciana… deja de provocarme. Estamos en mi casa.

—¿Qué? ¿Te da miedo que ella se entere? —la voz de Luciana sonaba dulce, pegajosa—. Emilio, ¿a qué le temes? Nosotros somos los esposos legales. Tenemos el acta.

—Luciana —la voz de Emilio de pronto se volvió seria—. Lo nuestro ya quedó en el pasado.

—Emilio…

—Si no fuera por ayudarte a librarte de tu exmarido golpeador, jamás habría sacado el acta contigo. Mariana lleva cinco años conmigo; ella es mi novia y será mi verdadera esposa. Cuando resolvamos por completo lo tuyo, iremos y…

Sus palabras se cortaron ahí, y los ruidos ambiguos volvieron a llenar el cuarto.

Mariana sintió cómo sus manos temblaban sin control.

Una mueca sarcástica asomó en sus labios.

Un hombre de casi un metro noventa… si de verdad no quisiera, ¿Luciana podría besarlo a la fuerza?

¿Y para “salvar” a Luciana de un matrimonio violento, la única solución era casarse?

Ambos buscaban excusas elegantes para disfrazar su suciedad.

—Emilio… ¿no extrañas lo nuestro? Yo te doy un placer que ella jamás podría darte…

—Luciana… —la voz ronca de Emilio dejaba claro que ya había cedido al deseo.

Dentro de la habitación, los sonidos se volvieron indecentes.

Mariana ya había grabado toda la conversación con su celular.

El estómago se le revolvió hasta que tuvo que correr al baño, apoyarse en el lavabo y vomitar aire hasta que le dolieron las costillas.

Qué asco.

Qué broma tan cruel.

Cuando salió, recibió un mensaje del cliente principal: había un problema urgente en el proyecto y necesitaban cambios durante la noche.

Aunque estaba agotada, no tuvo más opción que obligarse a trabajar.

Encendió la computadora y, de pronto, una lluvia de recuerdos la golpeó.

Cuando Emilio se postuló como presidente del consejo estudiantil, ella corrió por todo el campus, pidiendo votos, sonriendo hasta que la cara le dolía.

Cuando él ganó, ella siguió haciéndolo todo por él, desde lo más grande hasta lo más trivial.

Después, al graduarse, ella entró a trabajar en su empresa y dejó hasta la última gota de energía por su carrera.

Un pinchazo de dolor en el estómago la devolvió al presente.

Sería la última vez.

No por él, sino por ella y por el equipo que llevaba meses esforzándose.

Cinco años de entrega. El dolor insoportable de aquel accidente hace dos años. La pérdida de su pierna sana y de su sueño de bailar.

Y ahora, los sonidos indecentes de esa pareja en su cama.

Cuando lo descubriera todo, haría que pagaran.

Al amanecer, Mariana salió de su habitación y percibió el olor a comida recién hecha.

Miró hacia la cocina.

Emilio estaba friendo huevos. A un lado, la leche aún soltaba un ligero vapor caliente.

Luciana se encontraba apoyada en el marco de la puerta, mirándolo como si fuera lo más hermoso del mundo.

—Emilio, después de tantos años, nada me cae tan bien al estómago como tu desayuno —dijo Luciana con una sonrisa cargada de intención.

—Ve sentándote en la mesa —respondió él sin mirarla, concentrado en la sartén.

Justo entonces, al girar, Emilio se encontró con los ojos de Mariana.

—Mariana —la saludó con la misma ternura de siempre—. Buenos días.

Los labios de Mariana se curvaron en una sonrisa autoirónica.

En los años que estuvieron juntos, él jamás le cocinó ni una sola vez. Ni siquiera cuando ella bebía hasta lastimarse el estómago por ayudarlo a cerrar un proyecto; nunca le preparó una comida, solo mandaba a alguien a llevarle algo de comer.

Ella creyó que simplemente era un hombre que no sabía cocinar, un tipo que jamás se ensuciaba las manos.

Pero no.

Simplemente… ella no era digna.
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