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Capítulo 2

ผู้เขียน: Estela
Al llegar la hora de salida, Emilio salió de su oficina con el saco colgado del antebrazo.

Mariana apenas se puso de pie cuando lo escuchó decir:

—Tengo una cena de negocios esta noche. Regresa a casa tú primero.

¿Cena? Ella jamás había oído algo al respecto.

Al levantar la mirada, encontró los ojos de Emilio fijos en ella, igual de profundos y seductores que siempre.

Antes, sin importar lo que él dijera, jamás dudaba.

—Entendido —respondió Mariana, sin mostrar emociones—. Pero no tomes tanto.

Emilio sonrió y le revolvió el cabello con familiaridad.

—Haré lo que tú digas.

Mariana pidió un carro y, a distancia prudente, siguió el vehículo de Emilio.

El trayecto las llevó hasta el aeropuerto.

Había gente por todos lados, pero ella lo reconoció de inmediato.

Él vestía un traje negro de corte impecable, la tela resaltando su porte frío y elegante. Su presencia era imposible de ignorar.

Y entonces lo vio:

Una mujer de cabello largo corrió hacia él y se lanzó a sus brazos.

Emilio no la rechazó. La abrazó con fuerza, como si se hubiera ido una vida entera desde la última vez.

De verdad parecían hechos el uno para el otro.

Después del abrazo, la mujer se puso de puntitas para besarlo. Emilio se hizo hacia un lado, dijo algo, pero ella insistió… y al final, sus labios se encontraron.

La escena del beso profundo le revolvió el estómago a Mariana.

Más que asco, fue shock.

Esa mujer era la hermana adoptiva de Emilio: Luciana Navarro.

Luciana había quedado huérfana a los tres años. Como su familia era muy cercana a los Navarro, la adoptaron y creció junto a Emilio como si fueran hermanos.

Cuando Mariana y Emilio empezaron a salir, él incluso insistió en que se conocieran.

En aquel momento, Luciana fue muy cariñosa con ella.

Tres años atrás, Luciana se había ido al extranjero.

Jamás imaginó que, detrás del título de hermanos, escondían una relación prohibida.

Peor aún… ¡se habían casado!

Entonces, ¿la responsable del accidente había sido ella?

***

Lo que Mariana nunca habría esperado era que Emilio llevara a Luciana a la casa que compartían.

Con total normalidad, él le dijo:

—Mariana, mi hermana ya regresó. Que se quede aquí un tiempo.

Las manos de Mariana se apretaron con tanta fuerza que sus uñas se enterraron en la piel.

Recordaba perfectamente cuando Emilio la llevó allí por primera vez, la abrazó y dijo:

—Mariana, esta será nuestra casa. Solo tuya y mía.

Ella había creído que ese lugar sería su “casa” para siempre.

Por eso había invertido cada gota de energía: cada rincón lo había diseñado ella, cada mueble había sido elegido con amor.

Y ahora Emilio entraba por la puerta principal acompañado de otra mujer.

—Mucho gusto, señorita —Luciana le sonrió, pero en el fondo de sus ojos brillaba una burla sutil, casi imperceptible.

Hace cinco años le decía Mari.

Hoy… era simplemente “señorita”.

Emilio le lanzó una mirada a Luciana, una mezcla rara de advertencia, fastidio y una ternura que le caló a Mariana en el alma.

Él sí que sabía cómo pisotear su dignidad.

Si ella no supiera la verdad, probablemente se afanaría en recibir a Luciana con cariño, como una tonta.

En sus ojos, ¿cuán ridícula sería?

—Emilio… ¿será que la señorita Mariana no me quiere aquí? —Luciana parpadeó con dramatismo, a punto de llorar—. Creo que mejor me voy a un hotel. De verdad, no me molesta estar sola…

Emilio frunció el ceño y miró a Mariana, dispuesto a defender a Luciana, cuando escuchó:

—No hay problema.

Sus palabras se atoraron en la garganta de Emilio.

—Señorita Luciana—continuó Mariana, inexpresiva—, puedes quedarte el tiempo que quieras.

Dicho eso, se dio media vuelta y regresó a la habitación que ahora parecía ajena.

Luciana seguía viéndola como enemiga.

No sabía que ni esa casa ni Emilio significaban ya nada para Mariana.

Y si de enemistades se trataba… solo era por el accidente.

Pero Mariana no pensaba alertarla tan pronto.

Luciana se sintió incómoda.

Había imaginado un escándalo, gritos, celos.

Nunca esperó que Mariana mantuviera la calma.

Bueno…

“Ya veremos cuánto le dura cuando sepa que solo es una falsa señora Navarro...”, pensó Luciana.

Emilio tampoco sabía explicar lo que sentía. Finalmente siguió a Mariana a la habitación.

—Mariana, ¿de verdad no estás molesta? —preguntó.

Sabía que ella nunca explotaba con él, pero al menos esperaba que estuviera un poco incómoda. Él le había prometido que no entraría nadie a la casa sin su consentimiento.

—No.

Mariana le dio la espalda, la expresión tan fría que casi no parecía ella misma.

—Sabía que serías la más razonable —murmuró Emilio, abrazándola por detrás.

Su aliento cálido la tensó hasta los huesos, pero él no lo notó—. Luciana es mi hermana, así que también es tu hermana. Además, estoy buscando colaborar con la familia Beltrán de la capital. Y Luciana tiene contacto directo con ellos…

—¿Qué dijiste? —Mariana lo interrumpió—. ¿Luciana… con la familia Beltrán de la capital?

—Sí. Conoció a algunos de ellos en el extranjero. A la señora mayor le cayó muy bien.

Mariana soltó una risa inesperada.

Emilio, confundido, continuó:

—Tú sabes que la familia Beltrán es una de las cuatro grandes. Con Luciana ahí, las negociaciones serán más sencillas.

—Perfecto —sonrió Mariana, aunque la sonrisa tenía filo—. Entonces, felicidades por adelantado, Emilio. Ojalá consigas todo lo que deseas.
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